Mensaje del 24 de diciembre de 1987 en Dongo (Italia)
Noche Santa
Un gozoso anuncio.
«En este año, a Mí consagrado, hijos predilectos, os invito a velar Conmigo, vuestra Madre Celeste, y con mi castísimo esposo José, en la oración, en la confianza, en la espera. Es la noche santa. Qué fatiga durante el largo recorrido hasta Belén; cuánto sufrimiento ante cada rechazo de abrimos una puerta; cuánta confianza en el Padre que nos lleva de la mano a realizar su gran designio de Amor. Un designio que se cumple con el concurso de inesperadas circunstancias, que preparan el acontecimiento de este extraordinario prodigio. El piadoso gesto de un pastor que indica una Gruta cercana; el abrirse de una única puerta en un refugio pobre y destartalado; el humano afanarse para hacer más acogedor el lugar; sobre todo nuestra perfecta aceptación del Querer del Padre Celeste, que ha preparado una cuna de pobreza y frío a su Unigénito Hijo que nace. Pero dulce a su Corazón de Niño, apenas nacido, es el calor de mi amor, y blanda cuna son mis brazos que lo estrechan con temura sin límites, y perlas preciosas se vuelven mis besos matemos, y manto real son para Él los pobres pañales en los que Yo le fajo. De improviso, la tiniebla se penetra de una vivísima luz, que llueve del cielo, el silencio resuena con dulcísimos cánticos y armonías celestiales; la soledad se puebla de innumerables ejércitos de Ángeles, mientras la noche se abre a la Navidad de un día que no conoce ocaso. Es la noche santa. Es la noche que para siempre ha vencido toda tiniebla. Es la noche que se abre a un anuncio de gozo que viene del Cielo: “Os doy un anuncio que es de alegría para todos: os ha nacido un Salvador que es Cristo, el Señor”. Hoy la noche envuelve aún toda la tierra y la tiniebla se hace más densa sobre la vida de los hombres y de los pueblos. Es la tiniebla de la falta de fe, de la obstinada rebelión, de un tan grande rechazo de Dios. Es el hielo del pecado que mata en el corazón de los hombres todo brote de vida y de amor. Es la pobreza de un hombre traicionado en su dignidad, vilipendiado y reducido a esclavitud interior. Es el silencio de Dios, que gravita sobre el estrépito de voces y gritos, sobre la continua difusión de palabras e imágenes. Pero, en la noche profunda de vuestro siglo, he aquí mi Luz materna que surge como aurora y se difunde en todas las partes de la tierra. Con mi voz, que en tantos lugares os hago escuchar; con mi presencia, que se hace más fuerte y extraordinaria; con mis mensajes, que al presente se hacen más urgentes, en la Noche Santa de este año mariano, quiero una vez más repetir a todos: Yo soy la aurora que prepara el nacimiento del sol luminoso de Cristo. Quiero dar hoy a todos mis hijos un anuncio de alegría: ¡está ya cercano el tiempo de Su glorioso retomo!.»