Mensaje del 8 de diciembre de 1987 en Rubbio (Italia)
Fiesta de la Inmaculada Concepción
No os dejéis engañar.
«Mi candor de cielo desciende hoy sobre vosotros y quiere envolver el mundo entero. Caminad en mi Luz si queréis alcanzar la paz. La luz de la gracia divina, de la pureza, de la santidad, de la oración, de una cada vez más perfecta caridad, debe penetrar en vuestra existencia, hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado. Vivís los tiempos dolorosos del castigo. Vivís la tenebrosa hora de la victoria de mi Adversario, que es el Príncipe de la noche. Vivís los momentos más difíciles de la purificación. Os invito, pues, a refugiaros dentro de la segura morada de mi Corazón Inmaculado y a dejaros envolver por el manto celeste de mi purísima Luz. Caminad por la senda, que en estos años os he trazado, para convertiros hoy en los instrumentos de mi paz. No os dejéis engañar. La paz no vendrá al mundo por los encuentros de los que vosotros llamáis “los grandes” de la tierra, ni de sus recíprocos pactos. La paz sólo puede llegar a vosotros por el retomo de la humanidad a su Dios, por medio de la conversión, a la cual en este día de mi fiesta, os llamo de nuevo y por medio de la oración, del ayuno y de la penitencia. De lo contrario, en el momento en que se grite por todos paz y seguridad, caerá repentinamente sobre vosotros el cataclismo. Por esto os pido que secundéis mis urgentes llamadas a caminar por la senda del bien, del amor, de la oración, de la mortificación de los sentidos, del desprecio del mundo y de vosotros mismos. Hoy acojo con gozo vuestro homenaje de amor, lo asocio al canto de gloria del Paraíso, a las invocaciones de las almas que se purifican, al coro de alabanza de la Iglesia militante y peregrina, os invito a vivir en la confianza y en una gran esperanza de mi cercana y extraordinaria intervención.»