Mensaje del 3 de julio de 1987 en Valdragone de San Marino
Ejercicios Espirituales en forma de continuo Cenáculo.
Después de la Procesión de la tarde, mensaje dado en forma oral.
Mis tiempos han llegado.
«Hijos predilectos, esta tarde ¡cuánto me habéis consolado y cuántas espinas habéis arrancado de mi Corazón dolorido! Me habéis querido llevar en procesión y me habéis querido honrar; Yo os he sonreído. Me habéis consolado tanto; vuestro amor es el bálsamo, que mi Hijo Jesús derrama sobre las numerosas heridas de mi Corazón Inmaculado. Como Madre, esta tarde, deseo expresaros mi gratitud. Muchos de vosotros habéis venido de países lejanos después de un largo viaje. Habéis subido aquí y me habéis ofrecido el homenaje de vuestra oración, de vuestro amor filial, de vuestra fraternidad sacerdotal, de vuestra penitencia. Este calor que ha hecho un poco más pesados los Ejercicios Espirituales, lo habéis querido ofrecer con espíritu de penitencia y mortificación. Hijos míos predilectos, me habéis consolado. Mi Corazón exulta de gozo y de ternura. Estoy agradecida a cada uno de vosotros por el bálsamo filial que habéis derramado sobre las muchas llagas de mi Corazón Inmaculado y tan dolorido. ¿Por qué, una vez más, os he llamado aquí arriba? ¿Por qué en este año mariano consagrado a Mí, os he querido en tomo a mi persona, como Madre que recoge a sus hijos para haceros una recomendación que llevo muy en lo hondo de mi Corazón, una última recomendación, que os acompañe en vuestro difícil camino? Han llegado mis tiempos, hijos míos predilectos ; éstos son mis tiempos. Por esto os llamo aquí, en un Cenáculo que nunca ha sido tan extraordinario de gracias. Estas han descendido de mi Corazón Inmaculado para entrar en vuestros corazones y en el corazón de todos vuestros hermanos, esparcidos en todas las partes del mundo; han descendido sobre la Iglesia y sobre toda la humanidad. ¿Por qué ha querido mi Papa consagrarm e este año, declarándolo un año mariano extraordinario, para invitar a toda la Iglesia a mirarme, escucharme, honrarme, a seguirme y a entrar en el refugio de mi Corazón Inmaculado? Porque mis tiempos han llegado. Desde este año, de una manera fuerte y oficial los tiempos de vuestra Madre Celestial comenzarán. Estos son los tiempos de mi fuerte llamada. ¡Vuelve, oh humanidad alejada y pervertida. Vuelve al camino de la conversión y del encuentro con tu Señor de la salvación! Estos son los tiempos de mi gran llamamiento, y vosotros estáis aquí porque os quiero hacer instrumentos de esta llamada mía. Al descender de esta montaña, a todos los que halléis en todos los países a donde regreséis, debéis proclamar y difundir este mensaje mío, materno, ansioso, y urgente: —’’Volved de inmediato al Dios de la salvación y de la paz! El tiempo que se os ha concedido para vuestra conversión está punto de terminar; los días están contados. Caminad todos por la senda del regreso al Señor si queréis ser salvados. Hijos predilectos, tengo necesidad de voces que difundan mi palabra, de manos que ayuden, de pies que caminen por todos los senderos del mundo. Tengo necesidad de que mi afligido mensaje llegue de inmeiato a todas las partes de la tierra. Sed vosotros mis mensajeros; anunciad por doquier mi preocupada llamada al retomo al Señor. Estos son los tiempos del gran castigo. La copa de la divina Justicia está colmada, repleta y rebosante. La iniquidad cubre toda la tierra; la Iglesia está oscurecida por la extensión de la apostasía y el pecado. El Señor, para el triunfo de Su misericordia debe ahora purificarla con su fuerte acción de justicia y amor. Para vosotros se preparan las horas más dolorosas y sangrientas. Estos tiempos están más cercanos de lo que os imagináis. Ya, durante este año mañano, algunos grandes acontecimientos, de los que os predije en Fátima (…) se cumplirán. Llevad, entonces, a todos mis hijos al refugio de mi Corazón Inmaculado: llamadlos, tomadlos de la mano; no os olvidéis de ninguno. Hijos predilectos, a lo largo de vuestro camino, mirad a los alejados, a los más pequeños, a los pobres, a los marginados, a los perseguidos, a los pecadores, a los drogadictos, a los que se han hecho víctimas del dominio de Satanás. Yo quiero salvar a todos mis hijos. Tengo necesidad de vosotros porque los quiero salvar a través vuestro. 660En el tiempo del castigo deben ser protegidos y defendidos, ayudados y consolados. ¿Por qué no queréis secundar mi Voz que, esta tarde, os suplica que vayáis a todas partes a recoger a los más débiles, a los más pequeños, a los más frágiles, a los dolientes, a los más alejados y perdidos? Traédmelos a todos porque los quiero a todos dentro del refugio seguro de mi Corazón Inmaculado. Éstos son los tiempos del gran retorno. Sí, después del momento del gran sufrimiento seguirá el momento del gran renacimiento y todo volverá a florecer. La humanidad volverá a ser un nuevo jardín de vida y de belleza, y la Iglesia una familia iluminada por la Verdad, nutrida por la Gracia, consolada por la presencia del Espíritu Santo. Jesús instaurará su Reino glorioso: Él estará con vosotros, y conoceréis los nuevos tiempos, la nueva era. Veréis finalmente una nueva tierra y unos nuevos cielos. Estos son los tiempos de la gran Misericordia. El Padre se estremece de ardor y quiere derramar sobre esta pobre humanidad los torrentes de su amor infinito. El Padre quiere plasmar con sus manos una nueva creación, en la que su divina impronta sea más visible, acogida, aceptada, y su Paternidad sea exaltada y glorificada por todos. El respiro de esta nueva creación será el hálito del amor del Padre, que será glorificado por todos, mientras, por doquier, se difundirá de manera cada vez más plena, como agua que brota de un manantial vivo e inagotable, la plenitud de su divino Amor. Y Jesús reinará: Jesús, para quien todo fue creado; Jesús, que se encamó, que se hizo vuestro hermano, que vivió con vosotros, sufrió y murió en la Cruz para redimir a la humanidad y llevarla a una nueva creación, y para que su Reino pudiese lentamente difundirse en los corazones, en las almas, en las personas, en las familias, en toda la sociedad. Jesús, que os ha enseñado la oración para invocar la venida del Reino de Dios sobre la tierra, verá finalmente cumplida su invocación, porque instaurará su Reino. Y la creación volverá a ser un nuevo jardín, donde Cristo será glorificado por todos, y su Divina Realeza será aceptada y exaltada: será un Reino universal de Gracia, de belleza; de armonía, de comunión, de santidad, de justicia y de paz. La gran Misericordia llegará a vosotros como fuego abrasador de amor, y será traída por el Espíritu Santo, que os será donado por el Padre y el Hijo, para que el Padre se vea glorificado y el Señor Jesús se sienta amado por todos sus hermanos. El Espíritu Santo descenderá como fuego, pero de diversa manera que en su primera venida: será un fuego que todo lo abrasará y transformará, que santificará y renovará la tierra desde sus mismos cimientos. Abrirá los corazones a una nueva realidad de vida y conducirá a todas las almas a una plenitud de santidad y de Gracia. Conoceréis un amor tan grande, una santidad tan perfecta como hasta ahora nunca la habéis conocido. El Espíritu Santo será glorificado en esto: en llevar a todos al más grande amor al Padre y al Hijo. Estos son los tiempos de la gran misericordia: son por tanto los tiempos del triunfo de mi Corazón Inmaculado. Por esto, una vez más, os he querido aquí arriba. Ahora debéis descender para ser los apóstoles de mi Mensaje. Llevad a todas las partes de la tierra mi urgente petición de que todos se refugien en el Cenáculo de mi Corazón Inmaculado, para prepararse a vivir la esperada vigilia de los nuevos tiempos, que ya están a las puertas. No os desalentéis por las dificultades que encontréis. Soy vuestro auxilio. Soy la Madre de la Consolación. Uno a uno os acojo y con vosotros, a las almas que os han sido confiadas, a vuestros seres queridos, a las personas que amáis, a vuestros hermanos más lejanos. No os olvidéis de ninguno; venid a Mí, juntos, porque soy la Madre de todos, y vosotros sois sólo los instrumentos, elegidos por Mí, para llevar a todos mis hijos a mi Corazón Inmaculado. Con vuestros seres queridos, y con aquéllos que os han sido confiados, os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»