Mensaje del 1 de enero de 1987 en Dongo (Italia)
F iesta d e M a ría , M adre d e D ios
Soy la Aurora que surge.
«Yo soy la Madre de Dios. El Verbo descendió a mi seno virginal después del “Sí” que con tanto amor y tanto gozo, di al querer del Padre. En aquel momento, el Espíritu Santo me envolvió en Su amor de Esposo y me hizo cuna preciosa para la Encamación del Verbo. Mi seno virginal se abrió para recibir este don de Dios. Mi Corazón Inmaculado se entreabrió al amor materno hacia el Fruto de mi purísimo seno. Y me convertí en verdadera Madre de Dios. Pero soy también Madre de toda la humanidad. Jesús quiso dar su Madre a la humanidad redimida por su inmenso y sangriento padecer. Recuerdo aun hoy la escena de su inefable don de amor: sobre la Cruz, en la que fue suspendido como víctima inmolada, Jesús está viviendo los últimos momentos de su desgarrada agonía. Su Corazón, que comenzó a latir en mi seno virginal, está ya para detenerse en el silencio de la muerte, cuando siente un amor incomesurable hacia cada uno de vosotros, y quiere que no sea abandonado por Él ninguno de sus hermanos, redimidos con tan gran dolor. Entonces en un ímpetu de extrema donación se abre a su último gesto: “;He ahí a tu Madre!” Y así me convertí en la Madre de todos. Hoy deseo cubrir el mundo entero con el manto inmaculado de mi virginal maternidad. Entráis en un período en que se cumplirán los acontecimientos que os han sido predichos. Entráis en el tiempo del castigo y de la salvación, del sufrimiento y de la gran misericordia. Ya en este año se cumplirán algunos importantes acontecimientos. i Cuántos sufrimientos y cuántos dolores veo en vuestros caminos al comienzo de este nuevo año! Secundad, por tanto, la invitación de mi Papa, Juan Pablo II, que quiere confiar la Iglesia y toda la humanidad al amor materno de mi Corazón Inmaculado. Éstos son mis tiempos. Ahora debe ser reconocida por toda la Iglesia la misión que la Santísima Trinidad me ha confiado. Durante este año comenzaréis un jubileo extraordinario, en honor de vuestra Madre Celeste, mientras mi Papa se dispone a difundir en la Iglesia, una carta encíclica sobre del puesto que el Señor me ha asignado, y sobre la importante misión que me ha confiado en estos tiempos. Esto provocará una vez más, la más fuerte reacción por parte de mi Adversario, que presiente ya cercano el fin de su universal dominio. Por esto os invito a comenzar el nuevo año Conmigo. Orad, amad, reparad. Yo soy la Madre Celeste que os conduce a vuestro Dios y os lleva a la paz. Yo soy la Reina de la Paz y el Arco Iris de la nueva alianza. Yo soy la Aurora que se levanta para anunciar el Gran Día del Señor. En estos años la Iglesia y toda la humanidad quedarán estupefactas ante los grandes eventos de gracia y salvación que os traerá el Inmaculado Corazón de vuestra Madre Celestial. Con mi Papa, con todos mis hijos predilectos y todos los hijos que se han consagrado a Mí, Yo os bendigo en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»