Mensaje del 3 de diciembre de 1986 en Dallas (Texas – U.S.A.)
Ejercicios Espirituales en forma de Cenáculo con Sacerdotes del
M.S.M. de Estados Unidos y Canadá Mi medicina para vuestros males.
« Que contenta estoy de estos días de Cenáculo continuo que celebráis vosotros, Sacerdotes de mi Movimiento, venidos hasta de los Estados más lejanos de esta gran Nación, para vivir juntos en la fraternidad y en la oración hecha Conmigo, vuestra Madre Celestial. Vuestro amor, vuestra docilidad, vuestra generosidad dan mucha alegría a mi Corazón Inmaculado y Dolorido. Hoy quiero daros mi palabra maternal para que sirva de consuelo en vuestros sufrimientos y de confianza en medio de las numerosas dificultades, que encontráis. Sed mis hijos más pequeños; sed mis apóstoles intrépidos; sed los rayos de luz, que parten de mi Corazón y se difunden en todas partes, para llevar el testimonio de mi presencia maternal. Tres son las llagas que, en vuestra Nación, hieren y hacen sangrar mi Corazón de Madre. La primera llaga está causada por la apostasía, que se difunde, debido a los errores que se enseñan y propagan cada vez más, incluso en las escuelas católicas, y que llevan a un inmenso número de mis pobres hijos a alejarse de la verdadera fe. La responsabilidad de esta grave situación recae especialmente sobre aquellos que se han consagrado a Dios, porque seducidos por el espíritu de la soberbia, persisten en su propio camino, no obstante mis llamamientos maternales y las directrices señaladas por el Magisterio de la Iglesia. Vosotros, hijos míos predilectos, sed mi medicina contra este mal, predicando siempre y cada vez más la Verdad que Jesús os ha enseñado, y que el Papa y los Obispos a Él unidos os exponen también hoy con claridad y valentía. Oponeos a cualquiera que enseñe doctrinas diversas y sobre todo debéis alertar abiertamente a todos los fieles del gravísimo peligro sue hoy corren de alejarse de la verdadera fe en Jesús y en su Evangelio. Recitad frecuentemente la profesión de fe, compuesta en previsión de estos difíciles momentos, por mi primer hijo predilecto el Papa Pablo VI, que ha llegado ya aquí arriba. La segunda llaga está causada por la desunión, que ha entrado en la Iglesia afincada en vuestros Países. Cuánto hace sufrir al Corazón de Jesús y a mi Corazón Maternal el ver que muchos Obispos, Sacerdotes, Religiosos y fieles ya no están unidos, más bien se oponen abiertamente al Papa que Jesús ha puesto como fundamento para su Iglesia. Esta división se hace cada día más extensa y profunda y pronto será abierta y proclamada. Cuánto dolor siento Yo al ver que a menudo los más grandes sostenedores de esta rebelión son los que se han consagrado a Dios y han hecho el voto de seguir a Jesús por el camino de la humildad, pobreza, castidad y obediencia. Vosotros, hijos míos predilectos, sed mi medicina para esta profunda herida, estando cada vez más unidos al Papa, ayudando a vuestros Obispos a estar unidos a Él por medio de la oración, del amor y de vuestro buen ejemplo y con el empeño de conducir a todos los fieles a esta unidad. La tercera llaga está causada por la infidelidad, que ha penetrado en la vida de tantos hijos de la Iglesia, que no cumplen ya los Mandamientos de Dios y las enseñanzas dadas por Jesús en su Evangelio. Así caminan por la perversa senda del mal y del pecado. No se reconoce ya el pecado como un mal. A menudo son justificados incluso los más graves pecados contra natura, como el aborto y la homosexualidad. Los pecados ya no se confiesan. ¡A qué estado de enfermedad tan grave habéis llegado! Vosotros hijos míos predilectos, sed mi medicina para un mal tan grave y extendido, ayudando a mis hijos a seguir el camino por la senda de la pureza y de la santidad. Volved a enseñar a todos la verdadera moral católica. Dad la mano a mis pobres hijos pecadores para conducirlos a la observancia de la Ley de Dios. Hacedles comprender la necesidad de la Confesión frecuente, que es indispensable a quienes se encuentran en estado de pecado mortal, para recibir la Comunión Eucarística. Aquí, la Iglesia está toda llagada a causa de las Comuniones sacrilegas que se hacen. Si vosotros acogéis esta invitación maternal mía, entonces seréis el don de amor que mi Corazón Inmaculado ofrece hoy a la Iglesia y a la humanidad que vive en esta gran Nación vuestra. Sed así mi medicina para vuestros males. Sed los instrumentos de mi Paz. Con todos los miembros de mi Movimiento, os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»