Mensaje del 15 de enero de 1977 en Roma
Será totalmente renovada.
«Mi Iglesia, hijos míos predilectos, es hoy más que nunca el blanco en el que mi Adversario se ensaña cada vez más, de la forma más violenta. El Vicario de mi Hijo ha presentido este momento de lucha decisiva y me ha proclamado solemnemente Madre de la Iglesia. Y como soy verdadera Madre de Jesús, también soy verdadera Madre de la Iglesia que es su Cuerpo Místico. Y como Madre, miro hoy a esta Hija mía con preocupación, con un dolor que va en aumento día a día. Mi Corazón Inmaculado vuelve a ser traspasado por una espada al ver cada día más violada a la Iglesia por mi Adversario. Verdaderamente, Satanás se ha introducido en su seno y cada día cosecha sus víctimas hasta entre sus mismos Pastores. Ha logrado oscurecer la luz con las tinieblas del error, que pretende invadirlo todo. El Vicario de mi Hijo se encuentra a veces como aislado por sus hijos, a quienes, sin embargo, debe guiar, y la cruz de este sufrimiento se hace más pesada cada día. Entre quienes le rodean, en ocasiones, hay quien no obra por amor hacia El, sino más bien movido por el espíritu de soberbia y por la sed de dominio. Satanás quiere herir a la misma Jerarquía en el vínculo de la caridad y de su unidad. ¿Cuántos son ya hoy los Pastores que no se aman y no se ayudan entre sí? Muchos se critican y con frecuencia se obstaculizan, buscando solamente llegar más aprisa a lo más alto, pisoteando a veces las mismas exigencias naturales de la Justicia. También acerca de importantes problemas, que se refieren a la vida de la Iglesia y de las almas, ¿Cuántos son los que con verdadero amor a la Verdad tienen unanimidad de sentir y de obrar? Y así los Sacerdotes, estos hijos de mi maternal predilección, pueden encontrase, por consiguiente, cada vez más abandonados a sí mismos. Por eso son cada vez más numerosos los que, seducidos por la confusión general, son víctimas del error y se alejan de mi Hijo Jesús y de la verdad del Evangelio. Así su luz se apaga y los fieles caminan en la oscuridad. ¿Cuántos son ya, los que entre ellos, viven habitualmente en pecado y no acogen mis apremiantes invitaciones a la conversión? Antes bien, intentan justificarse aduciendo que se adaptan a la mentalidad del mundo de hoy, que legitima hasta los más graves desórdenes morales. ¿Cuántos de mis hijos Sacerdotes han dejado ya de orar? Están cada vez más absorbidos por la acción, el trajín, y no encuentran un momento libre para la oración. ¡Pobre Iglesia mía! Como Madre me acerco a ti y te encuentro, hija, tan enferma; parece como si estuvieras cercana a la muerte… ¡Qué grande es tu aflicción y tu abandono! Mi adversario te hiere cada día más en los Pastores que te traicionan, en los Sacerdotes que se vuelven siervos infieles. Pero esta grave enfermedad que padeces, la aparente victoria de mi Adversaria sobre ti, no es, sin embargo, tu muerte, sino para la mayor glorificación de Dios. Yo misma, como Madre, te asisto en esta agonía de tu dolorosísima purificación. Te recibo en mis brazos maternales y te estrecho en mi Corazón Inmaculado. Como Madre, derramo bálsamo sobre tus heridas y espero la hora de tu curación perfecta. Yo misma —cuando llegue la hora— te curaré. ¡Serás más bella! Serás enteramente renovada y completamente purificada en el momento en que, por medio de tu nueva vida, resplandecerá en todo el mundo el triunfo del Corazón de Jesús y de mi Corazón Inmaculado.»