Mensaje del 8 de noviembre de 1976
Mira a tu Madre.
«Mira, hijo, a tu Madre Celestial. ¡Mira qué hermosa es! Su belleza es la obra maestra del Padre. La cuna del Hijo. La obra bellísima del Espíritu Santo. Es el jardín florido y cerrado, donde se cultivan desde siempre las delicias de la Santísima Trinidad. ¡Mira sólo a tu Madre! Así mi belleza te cubrirá. Te quiero revestir con mi manto de cielo; quiero cubrirte con mi pureza y envolverte con mi misma Luz. Te sientes pequeño, y es verdad. Te sientes pobre y te ves lleno de defectos; te parece que no tienes nada que darme. ¡Oh, tu amor me basta! No quiero otra cosa de ti… Tú ahora esto no lo puedes entender; pero en el Cielo contemplarás en ti la gloria de tu Madre y la cumbre de amor a la que Jesús te ha llevado, con Ella. Casi te parece que Jesús se oculta para colocar a su Madre delante de El. Ciertamente, esto es así porque quiere que sea Ella quien le ame en ti. También, a ti te parece tener siempre delante a la Madre. Yo veo que es Jesús mismo quien te trae a Mí, para que tú, de este modo, des a su Corazón la alegría que otros no pueden darle. No hables; guarda cada vez más silencio con todos. No te desanimes por tus defectos. Yo te quiero mucho, hijo; y miro tu buen corazón, no tu carácter. Y cuando, impulsado por tu genio, cometes alguna falta, qué alegría tan grande me das cuando en seguida te humillas y pides perdón. Ofréceme tus heridas. Dime siempre sí y no pienses más en ti mismo. Seré Yo quien se ocupe de todo…»