Mensaje del 4 de julio de 1986 en San Marino
Ejercicios Espirituales en forma de Cenáculo Mensaje de viva
Voz, dado después de la Procesión Vespertina
Un espíritu de alegría y de consuelo.
«Hijos predilectos, no quiero dejaros bajar de este monte donde habéis estado una semana unidos Conmigo en oración incesante, en fraternidad vivida, querida y guiada por Mí, sin que Yo os haga saber toda la alegría que ha sentido en estos días el Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celestial, tan dolida. Vuestro amor ha sido un dulce bálsamo en mis heridas. Vuestra oración, hecha Conmigo, ha sido una fuerza poderosa que me habéis dado para ofrecerla a la justicia del Padre y para que pueda Yo obteneros, muy pronto, la lluvia de fuego y de gracia del Espíritu Santo, que transformará y renovará todo el mundo, dando así cumplimiento al milagro más portentoso del Amor Misericordioso de mi Hijo Jesús. No quiero dejaros bajar de este monte sin antes manifestaros a todos y cada uno de vosotros mi maternal gratitud. En estos días habéis entrado en el celeste jardín de mi Corazón Inmaculado: Mirad a mi Corazón; entrad en mi Corazón; vivid siempre en mi Corazón, y vendrá sobre vosotros un espíritu de alegría y de consuelo. Habéis venido aquí arriba con tantas preocupaciones, marcados por tantos sufrimientos, abrumados también por este desaliento tan humano. Habéis subido aquí arriba preguntándoos en vuestros corazones qué cosa os diría de nuevo en este año vuestra Madre del Cielo. Hijos predilectos, mirad a mi Corazón Inmaculado y descenderá sobre vosotros un espíritu de alegría y de consolación. Yo soy vuestra Madre: veo las dificultades en que vivís; el agobiante dolor de estos vuestros días, las sangrientas horas que os aguardan en la purificación que estáis viviendo. Veo de cuánta tristeza está, tal vez, marcada vuestra vida. Veo también los momentos en que el desaliento y el desconsuelo os oprimen, porque hoy mi Adversario os insidia, sobre todo, con la duda y la desconfianza. Mirad a mi Corazón Inmaculado y, dentro de vosotros, como manantial que surge a borbotones, manará un espíritu de alegría y consolación. ¿Por qué dudáis?¿Por qué estáis tristes? Yo estoy junto a vosotros en todo momento; no os dejo nunca. Soy Madre y me siento atraída junto a vosotros por el peso de las grandes dificultades que hoy vivís. De mi Corazón parte un rayo de luz: Es la luz de vuestra Madre, Virgen fiel, que ilumina vuestra mente y la atrae dulcemente a comprender el misterio de la palabra de Dios, a penetrar en profundidad el secreto del Evangelio. En la oscuridad, que ha bajado sobre el mundo y que se difunde dentro de la Iglesia, cuántas mentes se han oscurecido por los errores y agostado por la difusión, cada vez más vasta, de las dudas; cuántas inteligencias se han contagiado por el error, que conduce a muchos a perderse y a alejarse del camino de la verdadera fe. Éstos son los tiempos en que, dentro de la Iglesia, muchos pierden la fe, incluso entre mis hijos predilectos. Si miráis a mi Corazón Inmaculado y dejáis que penetre en vosotros el rayo de mi Luz, vuestras mentes obtendrán, el don de la Divina Sabiduría, serán atraídas por la belleza de la Verdad, que Jesús os ha rebelado. Alimento cotidiano de vuestra mente será sólo la Palabra de Dios. Amadla, buscadla, custodiadla, defendedla, vividla. Así, mientras la gran apostasía se difunde, caminaréis en la alegría y la consolación de permanecer siempre en la Verdad del Evangelio. Cuando habéis llegado aquí arriba, he mirado vuestras almas, jardín de mi celeste y materno dominio, y las he visto todavía oscurecidas por los pecados, que con frecuencia cometéis, a causa de vuestra tan humana fragilidad. En vosotros no hay grandes pecados, puesto que procuráis no cometerlos ya; pero desagradan también a mi Corazón Inmaculado los pequeños, aquellos que vosotros llamáis veniales. Como pueden ser el egoísmo, el apego a vosotros mismos, la incapacidad de creerme y de confiaros a Mí con docilidad de niños, los diarios compromisos con el mundo, los apegos a las criaturas y a vuestro modo de pensar. Son pequeñas sombras, que oscurecen la belleza de vuestras almas. En estos días he pasado mi mano maternal para borrar todas estas sombras. Caminad con la alegría y el consuelo de sentiros amados y conducidos por Mí para que seáis más puros, más buenos, más caritativos, más santos, más bellos. De este monte vuestras almas deben retomar más luminosas,renovadas por la Gracia de Jesús, mientras el Padre se inclina sobre ellas con amor de predilección y mi Esposo Divino, el Espíritu Santo, las transforma en perfecta imitación de mi Hijo. Habéis venido aquí arriba y Yo he visto, uno por uno, vuestros corazones: están consumidos por tanta aridez, cerrados en sí mismos y endurecidos por las pruebas que estáis viviendo. Entonces, como Madre, me he acercado a cada uno de vosotros, he tomado vuestro corazón en mis manos, lo he puesto en el homo ardiente de mi Corazón de Madre y lo he introducido en la profundidad del Corazón Divino de mi Hijo Jesús. Mirad a este Corazón: ;ha sido traspasado por vosotros! Entrad en la herida del Corazón de Jesús y dejaos transformar cada día por el fuego ardiente de su divina caridad. Este Corazón es un océano de amor infinito, que recoge toda humana debilidad, quema todo pecado, llama a una caridad cada vez mayor, porque el Amor debe ser amado y todo don demanda una respuesta. Aquí dentro, como el oro en el crisol, vuestros corazones son continuamente transformados por la llama de una ardiente caridad y entonces os hacéis cada día más dóciles, humildes, mansos, misericordiosos, buenos, pequeños, puros. Así formados en el mar infinito del Divino Amor; nacen vuestros corazones nuevos y los espíritus nuevos, para que podáis ser testigos de amor; llevar a todas partes el amor y ser vosotros mismos espíritus de alegría y de consuelo para todos. ¿No acabáis de entender que estos son los años de la dolorosa purificación, que está a punto de llegar a su término más sangriento? ¿Por qué me preguntáis todavía? Estos son mis años. Esta es la razón por la cual os he querido de nuevo aquí y, durante estos Ejercicios Espirituales, que han sido un continuo Cenáculo, he comunicado gracias extraordinarias a cada uno de vosotros. Por ahora no comprendéis, porque son como una semilla depositada en vuestras almas, pero más adelante comprenderéis y entonces miraréis hacia aquí arriba, a este monte, y comprenderéis lo que hice por vosotros en estos días. ; Aquí ha tenido lugar un verdadero Cenáculo, como aquel de Jerusalén! Aquí vosotros, mis apóstoles, os habéis unido en oración Conmigo, porque el Nuevo Pentecostés está a la puerta. Aquí os he introducido a comprender el secreto de mi Corazón Inmaculado, para que, al bajar de este monte, vosotros mismos seáis para todos la señal mía de alegría y de consolación. No podéis regresar como habéis subido: bajad, pues, Conmigo. Mirad a esta humanidad reseca. Cuántos hijos míos están muertos porque han sido asesinados por el pecado y por el odio, por la violencia e impureza o son víctimas del vicio y de la droga. Son hijos míos: los desesperados, los afligidos, los necesitados de ayuda. Con vuestro amor comunicadles mi palabra maternal y sed para ellos mi señal de alegría y de consuelo. Después entrad en el corazón de mi Iglesia. Sed señales de alegría y de consuelo para el Papa, mi primer hijo predilecto, hoy tan sufriente, abandonado, criticado, contestado. Sed vosotros el sostén de amor, que mi Corazón maternal quiere darle. Porque también Él, hoy, tiene necesidad de un espíritu de alegría y de consuelo y Yo quiero dárselo a Él por medio de vosotros, mis Sacerdotes e hijos predilectos. Amad al Papa; seguidlo; defendedlo. Entrad a comprender el misterio de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, hoy dividido y lacerado y que vosotros debéis restituir a su unidad. Este Cuerpo, hoy vilipendiado, sigue siendo flagelado por los pecados que se difunden cada día más. Reparad todos los pecados, ayudando a tantos hijos míos a librarse de ellos a través del Sacramento de la Reconciliación, que por medio vuestro debe volver a refulgir en toda la Iglesia. Inclinaros Conmigo a besar las heridas de esta hija mía amadísima, de la que vosotros también sois hijos, porque la Iglesia sólo podrá ser renovada por la fuerza de vuestro amor sacerdotal. Entonces vosotros seréis los signos de la nueva era, que ya comienza en el más crudo invierno de su dolorisísima purificación. En la agonía, que todavía está viviendo, vosotros sois el cáliz de consolación que el Corazón In-maculado de vuestra Madre Celestial da a beber a la Iglesia para que pueda recobrar fuerzas y caminar con alegría. Así llegaréis vosotros a ser hoy un espíritu de alegría y de consolación para toda la Iglesia. No os dejéis desanimar. Mi triunfo ha comenzado ya. En vuestros corazones, en el silencio de vuestras vidas sacerdotales, a Mí consagradas y por Mí inmoladas, ha comenzado ya el triunfo de mi Corazón Inmaculado. Gracias por el consuelo que me habéis dado. Acojo vuestros deseos y las peticiones que me hacéis. Bendigo el apostolado, las almas confiadas a vosotros, vuestro difícil ministerio. Bendigo vuestras vidas: son preciosas para Mí. Mañana bajaréis de este monte para regresar a vuestras casas. Os acompaño con mi bendición maternal. No temáis más: estoy siempre con vosotros. En vosotros y por medio de vosotros soy el inicio de los tiempos nuevos, soy la Madre de la esperanza y de la consolación, soy la Reina de la Paz. Os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»