Mensaje del 28 de marzo de 1986 en Dongo
Viernes Santo
¿Por qué me has abandonado?
«Estoy de pie junto a la Cruz sobre la que Jesús vive las postreras horas de su dolorosa agonía. En mi Corazón Inmaculado de Madre, oprimido por el dolor, escucho el grito de su supremo lamento: “Dios mío, Dios Mío. ¿Por qué me has abandonado?” Escuchad Conmigo hoy, hijos predilectos, este grito. Es como el vértice de todo su padecer, el culmen supremo de todo su dolor. ¡Oh, revivid Conmigo, Madre herida y afligida, estos inefables momentos de su dolorosa pasión! La agonía de Getsemaní; la traición de Judas; el abandono de sus discípulos; la negación de Pedro; los ultrajes y condenación del tribunal religioso; el juicio ante Pilato; la horrible flagelación y coronación de espinas; su dolorosa subida al Calvario; el espasmo de las manos y los pies traspasados por los clavos y las tres interminables horas de atroz agonía, suspendido de la Cruz. He aquí el cordero que, sin un balido, se deja conducir al matadero. He aquí el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Sobre el corazón de este manso cuerpo de víctima inmolada y crucificada gravitan todos los pecados del género humano, toda la iniquidad redimida por su Sacrificio. “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Sobre este Corazón divino tan quebrantado y oprimido, que siente hasta el abandono del Padre, pesa también toda la falta de correspondencia y de gratitud de su Iglesia, nacida, como cándida Esposa, del regazo de tan profundo padecer. Porque, todavía hoy, Jesús sigue siendo abandonado, renegado y traicionado por los suyos en su Iglesia. Le reniegan los que le posponen a sus propias conveniencias, a la búsqueda de si mismos, al placer de ser acogidos y aplaudidos. La soberbia les lleva a muchos a negarlo con las palabras y con la vida: ¡No conozco a ese Hombre! Le traicionan, también, los Pastores que no se cuidan del rebaño, que se les ha confiado; que callan por miedo o por conveniencia y no defienden la verdad frente a las asechanzas de los 586errores, ni protegen a sus ovejas del terrible asalto de los lobos rapaces, que se presentan disfrazados de corderos. Le abandonan muchos Sacerdotes y Religiosos que dejan el estado de su excelsa vocación o que no viven ya en la fidelidad debida a sus compromisos, y se dejan arrastrar completamente por el espíritu del mundo en que viven. Le rechazan y rehuyen muchos fieles, que siguen las ideologías hoy de moda, pero que proponen valores opuestos a los del Evangelio y se ajustan a componendas con tal de obtener siempre la aprobación de todos. En verdad el Viernes Santo se repite hoy en una forma inmensamente mayor y más universal que cuanto sucedió en el momento de la Pasión y Muerte de mi hijo Jesús en la Cruz. A un gesto de entonces, corresponden ahora miles de gestos. Por esto, en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia, Jesús continua repitiendo su grito doloroso: “Dios mío, Dios mío,¿por qué me has abandonado?” Es el dolor de vuestra Madre Celeste, que se renueva hoy, al ver que se repiten en la Iglesia, los mismos sufrimientos, que experimentó Jesús en este día de Viernes Santo. ¡Ved si hay un dolor igual al mío! Participad en mi dolor por el desbordamiento del pecado, de la apostasía, que se hace día a día más universal a causa de la pérdida de la fe por parte de muchos; por la infidelidad, que aumenta como una marea negra y ahoga a las almas. ¡Oh, Iglesia, nunca como en estos tiempos te asemejas tanto a tu Esposo Crucificado! Sí, ésta es también para ti, la hora de tu agonía, de tu abandono, de tu dolorosa muerte sobre la Cruz. Pero, en tu Viernes Santo, junto a ti, está de pie la Madre Dolorosa, que te conforta y vela en oración, en la firme esperanza de tu cercana y gloriosa resurrección.»