Mensaje del 5 de abril de 1985 en Dongo
Viernes Santo
T\i pasión dolorosa.
«La Cruz para ti, oh hijo, es la. Voluntad del Padre, que cumples bien solamente si, en cada momento, recuerdas el designio de mi Corazón Inmaculado. Lleva cada día tu Cruz y no te apartes del divino querer. Tus heridas son las incomprensiones, las dudas, las perplejidades, los numerosos abandonos. Son verdaderas llagas del alma, que nadie ve, más preciosas que el oro, cuya sangre recojo siempre para regar el jardín de las almas áridas y sedientas de tus hermanos Sacerdotes. Tu subida al Calvario es el camino que debes hacer por Mí, al avanzar solo y confiado en medio de tus muchos miedos y el orgulloso escepticismo de los que te rodean y no creen. El inmenso cansancio que sientes, aquel sentido de acabamiento que tanto te postra, es tu sed. Los azotes y las bofetadas son las asechanzas y las dolorosas tentaciones de mi Adversario. Los gritos de condena son las serpientes venenosas que obstaculizan tu camino y las espinas que punzan tu cuerpo frágil de niño, repetidamente azotado. El abandono al que te llamo es el amargo sabor de sentirte cada vez más solo, alejado de amigos y discípulos, rechazado, a veces, aun de tus más fervientes seguidores. Pero junto a ti está la Madre Dolorosa; vive a su lado, con amor y confianza, tu dolorosa pasión que nadie logra ver, pero que cada día te consume, como víctima inmolada por Mí, por todos tus hermanos Sacerdotes. Tu muerte es tu profundo silencio, tu escondimiento, la humillación y marginación que siempre te pido. El seno virginal de tu madre es el sepulcro nuevo para esta tu Pascua, que se perpetúa ya en lo profundo de mi Corazón Inmaculado, mi amado hijo menor entre los hijos predilectos.»