Mensaje del 2 de febrero de 1985
Presentación del Niño Jesús en el Templo
Veo vuestra pequeñez.
«Hijos predilectos, contempladme en el misterio de la presentación de mi Hijo Jesús en el Templo. Quiero hoy revelaros cuáles eran los sentimientos que llenaban mi Corazón, mientras depositaba, de mis brazos en los del Sacerdote, a mi Niño a los cuarenta días de su nacimiento. Mi Corazón ardía de gratitud por el Señor; que finalmente había realizado el designio de salvación sobre su pueblo. ¡Desde cuántos siglos se había esperado este momento! Con mi alma veía el Rostro del Padre inclinarse complacido, mientras el Espíritu Santo se posaba sobre algunos de los presentes y revelaba a sus mentes el arcano designio del Señor. Mi Corazón exultaba de amor inefable y materno, al contemplar encerrada toda la Divinidad en los miembros tan pequeñines de mi bebé, que tenía sólo cuarenta días de vida. Mi Corazón saltaba de alegría, en el momento en que el Señor entraba en el Templo y sentía que las inmensas legiones de Ángeles y de todos los Espíritus Celestes le acompañaban, mientras era llevado a tomar posesión de Su morada. Mi Corazón quedó transido de dolor a la voz profètica del anciano Simeón, que me anunciaba cómo mi misión materna era también una vocación a un profundo sufrimiento, a una íntima y personal participación en la dolorosa misión de mi Hijo Jesús. Con estos mismos sentimientos os conduzco, hijos predilectos, cada día al Altar del Señor, para ayudaros a cumplir bien su divino Querer. “No te han complacido ni sacrificios, ni ofrendas; entonces me has preparado un cuerpo: heme aquí, oh Señor, que vengo a cumplir tu Voluntad.” Estoy colmada de gratitud a mi hijo Jesús porque, a través de vosotros, que me habéis respondido, puedo realizar hoy mi materno designio de preparar el mayor triunfo de su Amor misericordioso. Mi Corazón se siente pletorico de amor por vosotros, pues por medio de vuestra consagración, os habéis ofrecido a Mí como niños. Veo vuestra pequeñez, miro a vuestra debilidad y fragilidad, a las innumerables asechanzas que mi Adversario os tiende. Os veo tan pequeños, que no sois capaces de dar un solo paso sin mi ayuda materna. Por esto me inclino sobre vosotros con renovada ternura de Madre. Estoy también muy contenta de la generosa medida con la que me habéis respondido. Habéis dicho sí a mi petición de consa5gración; me habéis entregado toda vuestra vida para que Yo pueda libremente intervenir en ordenarla según mi plan, que es el querer del Señor. Finalmente estoy, sin embargo, afligida porque, al igual que para Jesús, también para vosotros la misión que os espera es la del sufrimiento y la inmolación. Y sobre todo por medio de ella, es como puedo ofrecer al padre, al Hijo y al Espíritu Santo una gran fuerza de súplica y de reparación, para que pronto se abra la puerta de oro de la divina misericordia, y se cumpla el mayor milagro de la completa transformación del mundo. Por esto, hijos predilectos, cada día, sobre mi Corazón agradecido, contento y al mismo tiempo afligido, os llevo al Templo del Señor, y os deposito sobre su Altar, para que podáis ser ofrecidos al perfecto cumplimiento de su divino Querer.»