Mensaje del 1 de enero de 1985
Fiesta de María Santísima Madre de Dios
Soy el inicio de los tiempos nuevos.
«Hijos predilectos, hoy os unís a toda la Iglesia que me venera como verdadera Madre de Dios y Madre vuestra, en el orden de la vida sobrenatural de la fe y de la gracia divina. En este día, que señala el comienzo para vosotros de un nuevo año, mientras toda la Iglesia: Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Fieles me miráis como a vuestra Madre, Yo os digo que, si lo soy y así me honráis, debo ser amada, escuchada y seguida por cada uno de vosotros. He aquí que hoy, en la solemnidad de mi divina Maternidad, Yo deseo dar un mensaje a la Iglesia, para que sea escuchado y acogido por ella. Es un mensaje de confianza y de esperanza. No obstante las dificultades y los sufrimientos, que la Iglesia está llamada a padecer, y las dolorosas horas de agonía y de pasión, que marcan el tiempo de su sangrienta purificación, se prepara para ella el momento de un renovado esplendor y de un segundo Pentecostés. Hijos míos tan amados, no perdáis jamás la confianza y la esperanza. Bajo el grande y vasto clamor, que el mal logra difundir por doquier, en el silencio y en el escondimiento se están abriendo muchos brotes de bondad y de santidad. Estos preciosos brotes de nueva vida se cultivan cada día en el secreto jardín de mi Corazón Inmaculado. Prestad, sin embargo, atención a tres graves peligros, que amenazan vuestro crecimiento en el bien, y que repetidas veces os han sido señalados por Mí: el de alejaros de la verdadera fe cuando seguís los muchos errores que hoy se enseñan; el de separaros de la interior unidad de la Iglesia, por la impugnación al Papa y a la Jerarquía, que se difunde todavía dentro de la vida eclesial; el de ser víctimas del secularismo y del permisivismo moral que os conduce a rendiros en la lucha cotidiana contra el mal y el pecado. Si os dejáis conducir por Mí, caminaréis por la senda segura del amor y de la santidad. Es un mensaje de aliento y consolación. Confiaos todos a vuestra Madre Celeste para ser consolados. En la gran batalla que estáis combatiendo, encontraréis allí fuerza y alientos, y no decaerá jamás vuestro valor frente a las dificultades que encontraréis. Durante el nuevo año, aún serán mayores las pruebas y sufrimientos, que os saldrán al paso, puesto que habéis entrado ya en la parte conclusiva de cuanto os he predicho. Una grande y sangrienta prueba está a punto de sacudir toda la tierra y prepararla a su completa renovación con el triunfo de mi Corazón Inmaculado. Pero cuanto más fuerte se vaya haciendo la prueba, tanto mayor será mi presencia junto a cada uno de vosotros para que podáis ser confortados y alentados por Mí. Si vivís en mi Corazón Inmaculado, nada de lo que pueda suceder, os perturbará; dentro de este mi materno refugio, estaréis siempre a salvo, rodeados de la luz y de la presencia de la Santísima Trinidad, que os ama y os rodea de su divina protección. Es un mensaje de salvación y de misericordia. Vosotros debéis ser mi poderosa ayuda, que quiero ofrecer a toda la humanidad, para que vuelva al camino del bien y del amor. Yo soy la via de este retomo. Yo soy la Puerta de la divina misericordia. Quiero que, a través de vosotros, todos mis hijos descarriados puedan volver al Señor, que los espera con el ansia y la alegría de un Padre, que los ama y los quiere salvar. Así os convertís en instrumentos de la divina misericordia, en estos tiempos en que se prepara el mayor triunfo del amor misericordioso de mi Hijo Jesús. Para ser vuestra confianza, vuestra consolación y vuestra salvación en los últimos tiempos que estáis viviendo, Yo me manifiesto hoy de manera tan extraordinaria, a través de los mensajes que doy, por medio de este pequeño hijo mío, y de la apariciones que realizo de modo continuo y extraordinario en muchas partes del mundo. Creed en mis avisos, acoged mis mensajes, mirad a mis signos. Soy la Reina de la Paz; soy el inicio de los tiempos nuevos; soy la aurora del nuevo día. Con el Papa, mi primer hijo predilecto, os bendigo a todos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»