Mensaje del 1 de enero de 1994 en Milán
Fiesta de María Santísima Madre de Dios
Abrid los corazones a la esperanza.
«Hijos predilectos, comenzad este nuevo año en la solemnidad litúrgica de mi divina Maternidad. Soy verdadera Madre de Dios. Desde la eternidad el Padre Celestial me ha escogido para esta inefable misión. “No te agradaron ni sacrificios ni holocaustos, Oh Dios, por eso me has preparado un cuerpo”. Para formar un cuerpo al Hijo, el Padre, en su eterno designio de Sabiduría, ha preparado también un cuerpo a la Madre: así desde la eternidad he salido de su divino Pensamiento. El Verbo me ha contemplado desde siempre en el momento en el que, por mi consentimiento materno, habría de descender a mi seno virginal, haciéndose también hombre. Y así mi Dios se habría hecho mi Hijo. El Espíritu Santo desde la eternidad ha contemplado el divino prodigio de su Amor, que habría vuelto milagrosamente fecundo mi seno virginal, haciéndome Madre sin ninguna intervención humana. Así el Espíritu Santo se habría hecho mi Esposo divino. Contempladme hoy a la luz de mi divina maternidad, hijos míos predilectos, y abrid vuestros corazones a la esperanza. Abrid vuestros corazones a la esperanza, porque son estos los años en los que se prepara el mayor triunfo de Dios, con el retorno de Jesucristo en gloria. Mi divina maternidad se ejercita hoy en el preparar el camino a su glorioso retomo. Como he sido la Madre pobre y humilde de su primera venida, así soy la Madre gloriosa y potente de Su segunda venida entre vosotros. Mía es la misión de abriros la puerta de la nueva era que os espera. Mía es la misión de conduciros hacia los nuevos cielos y la nueva tierra. Sobre todo es la misión confiada a la Madre de Dios la de vencer a Satanás y a toda fuerza del mal, para que Dios pueda obtener en el mundo su mayor triunfo. Abrid vuestros corazones a la esperanza, porque soy también la Madre de toda la humanidad. Y como Madre siempre he seguido con amor a mis hijos en todo el curso de la historia humana. Sobre todo en estos últimos tiempos, me siento Madre de una humanidad tan insidiada y poseída por los Espíritus del mal. Satanás triunfa hoy. Ha conducido toda la humanidad al rechazo de Dios y así la ha vuelto súbdita de su dominio maligno. Por esto, ¡cuánto habéis debido sufrir! Por esto, las lágrimas y la sangre se han hecho vuestro sustento cotidiano. Por esto el año que hoy se abre os traerá también el peso de un inmenso sufrimiento. Como Madre de la humanidad, se me ha confiado la misión de sustraeros a la esclavitud de Satanás. Por esto es nmcesario que ahora me sigáis en la lucha sangrienta, para obtener al fin mi mayor victoria. Ya que Satanás será reducido por Mí a la impotencia y el gran poder del mal será completamente destruido por Mí. Entonces la humanidad volverá a un nuevo desposorio de amor con su Señor, que la tomará entre sus brazos y la conducirá al paraíso terrestre de una plena y perfecta comunión de vida con El. Abrid vuestros corazones a la esperanza, porque soy verdadera madre de toda la iglesia. En el curso de los años siempre he estado junto a esta hija mía predilecta, con el ansia y la ternura de mi amor materno. Estoy particularmente junto a la iglesia en estos últimos tiempos, en los que ella debe vivir la hora sangrienta de su purificación y de la gran tribulación. También para ella se debe cumplir el designio del Padre Celestial y por tanto está llamada a subir al Calvario de su inmolación. Esta mi amadísima hija será herida y golpeada, despojada y traicionada, abandonada y conducida al patíbulo, donde será crucificada. En su interior penetrará el hombre inicuo, que llevará al culmen la abominación de la desolación, predicha en las divinas Escrituras. No perdáis el valor, hijos predilectos. Sea fuerte vuestra confianza. Al comienzo de este nuevo año, abrid los corazones a la esperanza, porque veréis desde ahora cumplirse los acontecimientos que os han sido anunciados. Comprenderéis que los últimos años de este vuestro siglo forman parte de un divino y misterioso designio, que está a punto de ser desvelado. Abrid vuestros corazones a la esperanza, porque ha llegado el momento en que vuestra Madre Celestial se manifestará en toda su potencia. Yo soy la aurora que precede al gran día del Señor. Soy la voz que se hace fuerte en estos tiempos, para difundir en todas partes de la tierra mi anuncio profètico: —preparaos todos a recibir a mi hijo Jesús, que ya está retomando entre vosotros sobre las nubes del cielo, en el esplendor de su gloria divina.»