Mensaje del 30 de Mayo de 1993 en Nuestra Señora de Laus (Gap – Francia)
Solemnidad de Pentecostés
En el llanto el consuelo.
«En este venerable Santuario terminas hoy el viaje que has realizado por toda Francia. En quince días has hecho más de veinte Cenáculos en los que han participado Obispos, Sacerdotes y un número tan grande de fieles de mi movimiento. Por doquier os habéis reunido en oración Conmigo, ante Jesús Eucarístico solemnemente expuesto sobre el altar, y habéis renovado vuestra consagración a mi Corazón Inmaculado. Por todas partes has contemplado las maravillas de amor, de gracia y de misericordia de tu Madre Celestial. Terminas este tu extraordinario viaje hoy, en la solemnidad de Pentecostés. Es este un signo que te doy, para hacerte comprender que, en el jardín de mi Corazón Inmaculado, está ya pronta a su nacimiento la nueva Iglesia y la nueva Humanidad, purificada, santificada y completamente renovada por el Espíritu Santo. Este tiempo final de la purificación y de la gran tribulación es el tiempo del Espíritu Santo. Por esto hoy renuevo mi invitación a multiplicar los Cenáculos de oración, pedidos por Mí con tan materna insistencia. Que se difundan estos Cenáculos entre los Sacerdotes, mis hijos predilectos. Abandonad en Mí vuestras preocupaciones y las numerosas ocupaciones; no cedáis a las fáciles seducciones del mundo; volved al espíritu de simplicidad, de humildad, de pequeñez; recogeos en oración en el Cenáculo de mi Corazón Inmaculado y entonces podréis ver, con vuestros ojos, el prodigio del segundo Pentecostés. Que se reúnan en los Cenáculos los niños, porque su oración inocente, unida a la mía, tiene hoy una gran fuerza de intercesión y de reparación. Cuántos males os han sido ahorrados, a causa de la oración de estos pequeños niños. En los Cenáculos quiero que estén reunidos los jóvenes para que experimenten mi presencia de Madre que los ama, los protege de los grandes peligros a los que están expuestos y los conduce, con dulce firmeza por la senda del bien, del amor, de la pureza y de la santidad. Don precioso para las familias son los Cenáculos que yo les pido a ellas: para que experimenten la alegría de mi presencia, el consuelo de mi asistencia, la ayuda ofrecida contra los graves males que amenazan su misma existencia. En estos Cenáculos, el Espíritu Santo descenderá para conduciros al segundo Pentecostés. Sobre todo en estos últimos tiempos es necesario que la Iglesia y toda la humanidad se transformen en un perenne Cenáculo hecho Conmigo y por medio de Mí. Entonces el Espíritu Santo descenderá como consuelo sobre el llanto de vuestros días, en los cuales la gran prueba ha llegado ya. En el llanto de una humanidad sin Dios, descenderá el conuelo del Espíritu Santo que conducirá a todo el mundo a la perfecta glorificación del Padre Celestial, obrando un nuevo esponsalicio de amor entre la humanidad renovada y su Señor que la ha creado, redimido y salvado. En el llanto de un Iglesia dividida, oscurecida y herida se sentirá el consuelo del Espíritu Santo que la recubrirá de fortaleza y de sabiduría, de gracia y de santidad, de amor y de luz, de forma que pueda dar su pleno testimonio a Jesús, que vive en ella hasta el final de los tiempos. En el llanto de las almas esclavizadas por Satanás, sumergidas en las sombras del pecado y de la muerte se posará el consuelo del Espíritu Santo que dará la luz de la presencia de Dios, la vida de la gracia divina, el fuego del amor, de forma que en ellas la Santísima y Divina Trinidad podrá establecer su habitual morada. En el llanto de la gran prueba, descenderá el consuelo de la divina presencia del Espíritu del Señor, que os conducirá a vivir los acontecimientos que os esperan con confianza, con valor, con esperanza, con serenidad, con amor. Entonces en el fuego sentiréis su refrigerio; en el frío su calor; en las tinieblas su luz; en el llanto su consuelo; en el temor su valor; en la debilidad su fuerza; en el gran sufrimiento su alivio. Por esto hoy os invito a unir vuestra oración a la mía, para que pueda descender sobre vosotros el Espíritu del Señor con todos sus dones. Ven, oh Espíritu Santo. Ven a cambiar la faz de la tierra. Ven pronto. Ven en estos últimos tiempos. Ven ahora que la gran prueba ha llegado. Ven y tráenos tu segundo Pentecostés, a fin de que nuestros ojos puedan contemplar tu mayor prodigio de los nuevos cielos y de la nueva tierra.»