Mensaje del 1 de enero de 1993 en Rubbio (Italia)
Fiesta de María Santísima Madre de Dios
El tiempo de la gran prueba.
«Mis predilectos e hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado, hoy vivís unidos espiritualmente al celebrar la solemnidad litúrgica de mi divina Maternidad. Soy verdadera Madre de Dios. El Verbo del Padre ha asumido la naturaleza humana en mi seno virginal y se ha hecho vuestro hermano. En la Cruz, pocos instantes antes de morir, Jesús me confió la humanidad redimida y salvada por El. Así me convertí en Madre de toda la humanidad. Por mi función de Madre de Dios y de la humanidad, es por lo que intervengo en vuestra vida, en la vida de la Iglesia y de la humanidad, para ayudaros a realizar el designio del Padre Celestial, respondiendo al don que mi hijo Jesús os ha hecho y secundando con docilidad la acción del Espíritu Santo. Como Madre estoy siempre junto a vosotros, junto a la Iglesia y a la humanidad, para conduciros por la senda de la observancia de la Voluntad del Padre, de la imitación del Hijo y de la comunión con el Espíritu Santo de Amor, de modo que la santísima y divina Trinidad sea cada vez más glorificada. En la perfecta glorificación de la Santísima Trinidad se encuentra la fuente de vuestra alegría y de vuestra paz. La paz se os da por el Padre, se os participa por el Hijo y se os comunica por el Espíritu Santo. El Padre en efecto ha amado tanto al mundo que ha entregado a su Hijo Unigénito; el Hijo es El mismo, la paz que se comunica al mundo. El Espíritu Santo os conduce al amor, del cual solamente puede surgir la paz. El maligno, Satanás, la serpiente antigua, el gran dragón siempre ha obrado y obra por todos los medios para apartar de vosotros, de la iglesia y de la humanidad el bien precioso de la paz. Entra por tanto en mi función de Madre, llevaros a todos a una gran comunión de vida con Dios, para que podáis alcanzar la dulce experiencia del amor y de la paz. Nunca como en vuestros días, la paz es tan amenazada, porque la lucha de mi Adversario contra Dios se hace cada vez más fuerte, insidiosa, continua y universal. Habéis entrado así en el tiempo de la gran prueba. —La gran prueba ha llegado para todos vosotros, mis pobres hijos, tan amenazados por Satanás y maltratados por los Espírius del mal. El peligro que corréis es el de perder la Gracia y la comunión de vida con Dios, que mi hijo Jesús os ha obtenido en el momento de la Redención, cuando os ha sustraído a la esclavitud del Maligno y os ha liberado del pecado. Ahora el pecado ya no se considera un mal; antes bien, a menudo se exalta como un valor y un bien. Bajo el pérfido influjo de los medios de comunicación, se llega gradualmente a perder la conciencia del pecado como un mal. Así cada vez se comete más, se justifica y no se confiesa ya. Si vosotros vivís en pecado, habéis retornado a la esclavitud de Satanás, sometidos a su poder maléfico y así se vuelve”vano el don de la Redención que Jesús ha llevado a cabo por vosotros. Así la paz desaparece de vuestros corazones, de vuestras almas y de vuestra vida. Hijos míos tan amenazados y tan enfermos, acoged mi invitación materna a retomar al Señor por la senda de la conversión y de la penitencia. Reconoced el pecado como el mal más grande, como la fuente de todos los males individuales y sociales. No viváis jamás en pecado. Si os sucediese cometerlo por vuestra humana fragilidad o por las solapadas tentaciones del Maligno, recurrid al punto a la confesión. Sea la confesión frecuente el remedio que uséis contra la difusión del pecado y del mal. Entonces vivid en gran comunión de amor y de vida con la Santísima Trinidad, que pone en vosotros su morada y que cada vez es más glorificada por vosotros. —La gran prueba ha llegado para la Iglesia, tan violada por los Espíritus del mal, tan dividida en su unidad y oscurecida en su santidad. Ved como en ella se propaga el error que la conduce a la pérdida de la verdadera fe. La apostasía se difunde por todas partes. Un don especial de mi Corazón Inmaculado para estos vuestros tiempos es el Catecismo de la Iglesia Católica, que mi Papa ha querido promulgar, como su luminoso y supremo testamento. Pero ¡cuán numerosos son los Pastores que andan a tientas en la oscuridad, vueltos mudos por el miedo o el compromiso y que no defienden ya su grey de los lobos rapaces! Muchas vidas sacerdotales y consagradas se han marchitado por la impureza, seducidas por el placer y la búsqueda de la comodidad y del bienestar. Los fieles son atraídos por las insidias del mundo vuelto pagano, o por las innumerables sectas que cada vez se difunden más. Sobre todo para la Iglesia ha llegado la hora de su gran prueba, porque será sacudida por la falta de fe, oscurecida por la apostasía, herida por las traiciones, abandonada de sus hijos, dividida por los cismas, poseída y dominada por la masonería, 960convertida en tierra fértil de la que brotará el mal árbol del hombre malvado, del anticristo, que llevará hasta su interior el reino suyo. —La gran prueba ha llegado para toda la humanidad, ya desgarrada por la violencia que se propaga, por el odio que destruye, por las guerras que se extienden amenazadoras, de los grandes males que no se consiguen remediar. A la aurora de este nuevo año se hace más fuerte y preocupante la amenaza de una terrible tercera guerra mundial. Cuántos deberán sufrir el flagelo del hambre, de la carestía, de la discordia, de las luchas fratricidas que derramarán tanta sangre en vuestras calles. —Si el tiempo de la gran prueba ha llegado, también ha llegado el momento de acudir todos al seguro refugio de mi Corazón Inmaculado. No perdáis el valor. Sed fuertes en la esperanza y la confianza. Yo os he predicho los tiempos que os esperan, tiempos dolorosos y difíciles, precisamente para ayudaros a vivir en la esperanza y en una gran confianza en vuestra Madre Celestial. Cuanto más entréis en el tiempo de la gran prueba, tanto más experimentaréis, de manera extraordinaria, mi presencia de Madre junto a vosotros para ayudaros, para defenderos, para protegeros, para consolaros, para prepararos nuevos días de serenidad y de paz. Al final, después del tiempo de la gran prueba, os espera el tiempo de la gran paz, de la gran alegría, de la gran santidad, del más grande triunfo de Dios en medio de vosotros. Orad Conmigo en este mi día y vivid en esta espera, que endulza la amargura de vuestro diario sufrir. Hoy extiendo sobre vosotros mi manto para ampararos como hace la gallina con sus polluelos, y a todos os bendigo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»