Mensaje del 8 de septiembre de 1992 en Milán
Natividad de la Santísima Virgen María
Vuestra fidelidad sacerdotal.
«Hijos predilectos, exultad con toda la Iglesia terrestre y celeste, al contemplar el gozoso misterio del nacimiento de vuestra Madre. Mirad hoy a vuestra Madre Niña y depositad en tomo a mi cuna la corona preciosa de vuestra fidelidad sacerdotal. Sed Sacerdotes fieles. Sed fieles a vuestra vocación, que os compromete a ser ministros de Cristo y de su Evangelio. Así como Yo, desde pequeña, fui fiel a la llamada de Dios, correspondiendo a su designio, que desde toda la eternidad tenía sobre Mí, así vosotros debéis ser fieles a vuestra vocación sacerdotal. Sed pequeños, permaneced fieles. Sed pobres, permaneced fieles. Sed dóciles, permaneced fieles. Es misión de vuestra Madre Celestial la de conduciros a todos por el camino de vuestra fidelidad sacerdotal. — Sed fieles al ministerio de la Palabra. Cuántos son hoy los sacerdotes que son víctimas de tantos errores. Estos son enseñados, difundidos, propagados bajo forma de nuevas interpretaciones culturales de la verdad. Y así son acogidos fácilmente y alejan a un gran número de mis hijos de la verdadera fe. Los vuestros, son los tiempos predichos por la Sagrada Escritura. Surgen hoy muchos falsos maestros que enseñan fábulas y alejan a los fieles de la Verdad del Evangelio. Vosotros predicad siempre y valerosamente a la letra el Evangelio de mi Hijo Jesús. Así permanecéis en la verdadera fe y ayudáis al pequeño resto a permanecer firme en la seguridad de la fe, en estos tiempos de universal apostasía. — Sed fieles al ministerio de la Gracia. Jesús os ha asociado íntimamente al ejercicio de su sumo y eterno Sacerdocio, para hacer descender el don divino de la Gracia a las almas de todos los redimidos. Esto lo cumplís con la administración de los Sacramentos, instituidos por Cristo, como medios eficaces que comunican la Gracia. Sed fieles al ministerio de los Sacramentos, especialmente al de la Reconciliación, que tiene la misión de restituir la Gracia a aquellos que la han perdido, por causa de los pecados mortales cometidos. Hoy en la Iglesia está desapareciendo este precioso y necesario Sacramento. Pastores de la Iglesia, Obispos puestos por Cristo al frente, a la guía de su grey, abrid los ojos a este mal que se difunde por todas partes en la Iglesia como un terrible cáncer. Intervenid con valor y celo, para que el Sacramento de la Reconciliación pueda volver a florecer en toda su plenitud y así las almas sean ayudadas a vivir en Gracia y la Iglesia sea curada de sus llagas sangrientas de los pecados y de los sacrilegios que la recubren por entero como una leprosa. — Sed fieles al ministerio de la Oración. Jesús se ofrece perennemente e intercede cerca del Padre por medio vuestro. ¡Qué descuidada está, en estos tiempos, la oración por tantos hijos míos Sacerdotes! Si vieseis con mis ojos qué difundida y cuán profunda es esta herida interior de la Iglesia, también vosotros Conmigo derramaríais lágrimas copiosas. Ya no se reza. Se vive absorbido por la acción. Se pone en la actividad y en la programación pastoral toda la eficacia del apostolado. Olvidáis que vosotros solos no podéis hacer nada, y que es sólo Jesucristo, por medio de vosotros, quien obra y salva. Olvidáis que sois siervos inútiles, pobres y pecadores. Volved a la oración. Haced de Jesús Eucarístico el centro de vuestra oración, el secreto de vuestra vida, el alma de vuestra acción apostólica. Hoy os pido que me ofrezcáis el homenaje de vuestra fidelidad sacerdotal, como corona que depositáis en tomo a la cuna, en la que he sido depositada, en el momento de mi nacimiento terrenal. Y sed siempre pequeños, como es hoy, vuestra Madre Niña. Sólo si permanecéis siempre niños conseguiréis ser, en estos últimos tiempos, Sacerdotes fieles.»