Mensaje del 15 de agosto de 1992 en Rubbio (Italia)
Asunción de la Virgen María al Cielo
Los rayos de mi esplendor.
«Contemplad el esplendor celeste de mi Cuerpo asunto a la gloria del Paraíso, hijos predilectos, y caminad Conmigo hacia el puerto seguro de vuestra liberación ya próxima. Sois mi alegría y mi corona. Sois las estrellas lucientes, que hacen resplandecer cada vez más mi manto real. Por esto, os invito a vivir Conmigo, en este día, junto a las almas santas del Paraíso y a las almas benditas que se purifican en el Purgatorio. Hoy, contemplando en la luz del Paraíso, el cuerpo glorioso y glorificado de vuestra Madre Celestial, exultan los Angeles y todas las Milicias Angélicas, gozan los santos del cielo, se estremecen de gozo las almas del Purgatorio y la Iglesia peregrina y sufriente, que camina por el desierto del mundo y de la historia, es reforzada en su esperanza y es consolada en medio de tantas tribulaciones. Llevad a todas partes el bálsamo de mi consuelo materno. Difundid mi Luz en la profunda tiniebla que os rodea. Vosotros sois los rayos de mi esplendor Por medio de vosotros quiero que estos rayos se difundan y desciendan por todas partes, como celestial rocío, sobre la pobre humanidad, poseída hoy por el Maligno, y sobre mi Iglesia que vive la hora dolorosa de su pasión. Difundid los rayos de la fe, en estos tiempos de gran apostasía; de la esperanza en un mundo invadido por el materialismo y por la búsqueda exasperada de los placeres; de la caridad en medio del egoísmo, del odio y de la gran indiferencia hacia los débiles, los pobres y los que sufren; de la pureza en medio de la impureza tan difundida; del silencio en el estruendo de las voces ensordecedoras; de la oración entre la general disipación; de la humildad en medio de tanta soberbia y de la obediencia frente a una tan vasta rebelión. Haced descender por todas partes los rayos de mi gloria, vosotros que sois las estrellas lucientes de mi manto luminoso y materno. Así formáis la nueva Iglesia; recogéis por todas partes a mis hijos, llamados a formar parte del pequeño resto fiel; abreviáis los tiempos de vuestra durísima esclavitud; preparáis los corazones y las almas para recibir al Señor que viene. En este día, en el cual el Paraíso se une a la tierra, Yo os confirmo en mi designio; os acojo en lo más profundo de mi Corazón Inmaculado; os conduzco con firmeza por el camino de vuestra liberación, para alcanzar finalmente los nuevos cielos y la nueva tierra.»