Mensaje del 8 de diciembre de 1983 en Grand Bassam (Costa de Marfil, África)
Fiesta de la Inmaculada Concepción
La medicina que necesitáis
«Soy la Inmaculada Concepción. Participad, hijos predilectos, en la gran alegría de toda la Iglesia, al contemplar hoy este singular privilegio, con el que la Santísima Trinidad me ha adornado en razón de mi divina maternidad. Soy vuestra Madre, toda hermosa, y así me invocáis. Os quiero revestir de mi misma belleza, y os exhorto a seguirme por el camino de la gracia y de la santidad, de la pureza y de la virginidad. Lo que ofende vuestra belleza interior es sólo el pecado. Por esto os invito hoy a todos a combatir cada día contra un mal tan grande. El pecado es consecuencia de aquel desorden original que, por desgracia, ha impedido que seáis concebidos y nazcáis inmaculados como Yo. Todos habéis nacido bajo el peso de esta gravosa y mala herencia. Habéis sido liberados de ella en el momento de vuestro Bautismo, pero han permanecido en vosotros sus consecuencias, que os hacen tan frágiles y os dejáis fácilmente atraer por el pecado, y con frecuencia acontece, en vuestra vida, ser víctimas de él. Lo primero que debéis hacer es reconocer el pecado como un mal y arrepentiros inmediatamente con un acto de amor puro y sobrenatural. Cuántos hijos míos no lo reconocen hoy ya como un mal; con frecuencia lo acogen como un bien, y así dejan que penetre en su alma, en su corazón y en su vida; después no son capaces de arrepentirse y viven habitualmente contagiados por esta gravísima enfermedad. Debéis recurrir a la medicina, que la misericordia de Jesús os ha preparado: el sacramento de la reconciliación. Nunca como en estos tiempos es necesario hacer frecuentes confesiones. Hoy la confesión está desapareciendo de la vida y costumbres de muchos hijos míos, y esto es un signo de la profunda crisis que está atravesando la Iglesia. También por medio de vosotros, mis predilectos, quiero que el Sacramento de la reconciliación retome en la Iglesia a su esplendor. Quiero que todos mis hijos corran numerosos a esta fuente de la gracia y de la divina misericordia. Y os invito, hijos míos predilectos, a confesaros frecuentemente, a ser posible cada semana. Os pido que para estar a disposición de todos los que tienen necesidad de este sacramento, vayáis al confesionario. Educad bien a todos los fieles sobre la necesidad de usar bien este sacramento, sobretodo cuando se encuentren en estado de pecado mortal. Ésta es la medicina, que os es necesaria, si queréis caminar por la senda de la gracia divina y de la santidad. Seguiréis así a vuestra Madre Celeste que os atrae tras la estela de su perfume de cielo. Entonces también vosotros seréis revestidos de mi mismo esplendor, y la vida de Jesús echará profundas raíces en vuestra existencia. Desde el continente africano, hoy os dirijo a todos, con materna preocupación, mi invitación a caminar por la senda del amor y la santidad, combatiendo contra Satanás y todas sus seducciones. Pronto, por vuestro medio, podré obtener la victoria, cuando aplaste la cabeza del Dragón infernal que hoy os insidia de manera engañosa.»