Mensaje del 3 de septiembre de 1983 en Vancouver (Canadá)
Primer sábado de mes
Ministros de la Redención.
«Hijos predilectos, responded a mi materna invitación para ser fieles ministros de la Redención realizada por mi hijo Jesús. Se os ha confiado el precioso deber de bautizar y perdonar, de anunciar el Evangelio, de renovar el Sacrificio del Calvario en la celebración de la Santa Misa, de comunicar la gracia por medio de los sacramentos instituidos por Jesús. Haced descender aún su Sangre para lavar todos los pecados del mundo. Celebrad cada día con amor y con dolor, con íntima participación de vida, el Santo Sacrificio de la Misa, que tiene la capacidad de reparar y destruir tanto mal en el mundo. Amad con el Corazón de Jesús a todos vuestros hermanos e hijos míos. ¡Cuántos de ellos andan por los caminos de este mundo como rebaño sin pastor, expuestos a muchos peligros! ¡Cuántos están heridos por el pecado, esclavizados por el mal, víctimas del odio! ¡Cuántos son los pobres, los explotados, los débiles, los dolientes!… Todos los sufrimientos de mis hijos son como un grito desesperado de auxilio, que llega hasta Mí y hiere profundamente mi corazón de Madre. Estoy con vosotros en todos los caminos del mundo. Ayudo con maternal misericordia a mis pequeños que se encuentran en mayor necesidad: salvo al perdido; curo al enfermo; consuelo al afligido; aliento al descorazonado; alzo al caído; salgo al encuentro del extraviado. Ésta es la hora del triunfo del Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celeste; es la hora del gran milagro de la divina Misericordia. Pero lo quiero obrar a través de vosotros, hijos míos predilectos. Por esto os invito a todos a consagraros a mi Corazón Inmaculado. Entonces podré hacer de vosotros los ministros perfectos de la Redención realizada por Jesús. Desde esta ciudad, a orillas del Océano Pacifico, que señala casi los confines entre el Occidente y el Oriente, os llamo a todos para que respondáis a mi designio, que día a día aparecerá más manifiesto: la Iglesia y el mundo verán realizarse el mayor milagro de la Divina Misericordia.»