Mensaje del 15 de septiembre de 1990 en St. David, Maine (U.S.A.)
F iesta d e la Virgen Dolorosa
El dolor del nuevo nacimiento
«Hijos predilectos, hoy os asocio al gran dolor de vuestra Madre Inmaculada. Vosotros sois los hijos de mi predilección materna. Vosotros habéis sido escogidos por Mí, para formar parte de mi ejército victorioso. Vosotros sois una parte importante de mi designio de medianera y de corredentora. Mi Hijo Jesús me quiso al pie de la Cruz, para asociar mi dolor Inmaculado a todo su sufrimiento Divino. Quiso unir mi sufrimiento humano al Suyo y me asoció íntimamente al misterio de su Redención. De este modo Él me llamó a ser verdadera Corredentora. El fruto de mi corredención es mi maternidad espiritual. Al pie de la Cruz, por voluntad de mi Hijo Jesús, en la cuna de un sufrimiento tan grande, Yo llegué a ser vuestra Madre, la Madre de todos los redimidos, Madre de la Iglesia y de la humanidad entera. Y cumplí con esta misión maternal estando al lado de todos mis hijos, como una verdadera madre, en el transcurso terreno de la historia humana. No he dejado a nadie solo o abandonado; no he rechazado o alejado a nadie de Mí. Siempre he estado cerca de todos, como madre amorosa y dolorosa. He llevado en mi Corazón los sufrimientos de todos. He llevado en mi Corazón los sufrimientos de toda la Iglesia. He compartido los inmensos dolores de los pobres y de los marginados, de los pecadores y de los desesperados, de los ale jados y de los ateos, de los buenos y de los malos, de los grandes y de los pequeños, de los sacerdotes y de los fieles, de los que sufren y de los enfermos, de los agonizantes y de los moribundos. He llegado a ser la Madre de todos los dolores. Mi misión maternal es sobre todo la de compartir los grandes sufrimientos de la Iglesia y de toda la humanidad, en estos días de la purificación y de la gran tribulación. Estos son los sufrimientos que preparan los tiempos nuevos, el amanecer de una nueva era. Por lo tanto, es el dolor del nuevo nacimiento. Y como madre, estoy llamada a la misión de engendrar hoy en el dolor a la nueva humanidad, preparada para el encuentro con su Señor, que regresa a vosotros en gloria. Por esto, mi pequeño hijo, te he querido una vez más aquí, en los Estados Unidos de América, para empezar un largo y fatigoso viaje a muchos Países, para hacer los Cenáculos de mi Movimiento y para llevar a todos al refugio seguro de mi Corazón Inmaculado. De este modo te quiero asociar a mi obra materna de corredención y te hago participar, cada día más, en mis grandes dolores. Conviértete, por tanto, en el signo de mi presencia materna y da a todos el carisma de mi bálsamo suave. Da ayuda a los alejados, consuelo a los enfermos, valor a los débiles, apoyo a los pequeños, gracia a los pecadores, amor a los Sacerdotes, luz a los fieles, esperanza a los desanimados, y una gran confianza a todos. Por todas partes verás grandes maravillas, porque han llegado los tiempos de mi corredención materna.»