Mensaje del 16 de julio de 1983
Fiesta de la Virgen del Carmen
La «santa montaña».
«Subid Conmigo, hijos predilectos, a la santa montaña de vuestra perfecta conformación a Jesús Crucificado. ¡Cuántas veces, mi Hijo Jesús, amaba subir a los montes, empujado por un ardiente deseo de soledad y de silencio, para vivir con más intensidad su unión con el Padre! Desde adolescente, con frecuencia buscaba refugio en las colinas que circundan Nazaret; en la montaña promulgó la ley evangélica de las Bienaventuranzas; sobre el monte Tabor vivió el éxtasis de su transfiguración; en Jerusalén, ciudad sobre el monte, recogió a los suyos para la última Cena y pasó las dolorosas horas de su interior agonía; sobre el monte Calvario consumó su Sacrificio; sobre el monte de los Olivos aconteció la definitiva separación de los suyos con la gloriosa ascensión al Cielo. Subid hoy Conmigo esta “santa montaña”, que es Jesucristo, para que podáis entrar en una intimidad de vida con El. En estos tiempos de mi batalla decisiva, cada uno de vosotros es llamado a combatir con la Luz misma de Cristo, porque debéis ser su misma presencia en el mundo. Por esto, subid al “santo monte” de su Sabiduría, que se os revela a vosotros, si sois pequeños, humildes y pobres. Vuestra mente será atraída por Su mente divina, y penetraréis el secreto de la Verdad revelada en la Sagrada Escritura, y seréis cautivados por la belleza de su Evangelio, y diréis con valentía a los hombres de hoy la Palabra de Jesús, que es la única que ilumina y puede conducir a la plenitud de la Verdad. Subid al “santo monte” de su Corazón para ser transformados por la zarza ardiente de su divina Caridad. Entonces vuestro corazón se dilatará y plasmará según el Suyo y seréis en el mundo el mismo latido del Corazón de Jesús, que va en busca, sobre todo, de los más alejados y quiere envolver a todos con la llama de su infinita misericordia. Os volveréis mansos y humildes de corazón; seréis verdaderamente capaces de amar; derramaréis bálsamo sobre las profundas llagas de los que sufren, de los más necesitados; prestaréis vuestro auxilio sacerdotal, sobre todo, a los que se han descarriado por las sendas del mal y del pecado. Así, con vuestro amor, llevaréis a un inmenso número de mis hijos al camino de la salvación. Subid al “santo monte” de su divina Humanidad, para que podáis llegar a ser reflejo de su perenne inmolación por vosotros. Sus ojos en vuestros ojos, sus manos en vuestras manos, su Corazón en vuestro corazón, sus sufrimientos en vuestros sufrimientos, sus llagas en vuestras llagas, su Cruz en vuestra cruz. Así vosotros llegáis a ser fuerte presencia de Jesús que por vuestro medio, puede todavía hoy obrar eficazmente para llevar a todos a la salvación. En esta salvación está el triunfo de mi Corazón Inmaculado, y con él finaliza la batalla a la que os he llamado y se realiza mi anunciada victoria. Por esto se hace ahora más urgente que nunca, hijos predilectos, que me sigáis como a vuestra Celeste Capitana. Subid Conmigo a la “Santa Montaña”, que es Cristo, para ser perfectamente conformados a Él, de modo que pueda revivir en cada uno de vosotros para conduciros a todos a la salvación.»