Mensaje del 25 de marzo de 1983
Anunciación del Señor y apertura del año Santo de la Redención
Abrid las Puertas a Cristo.
«Hijos predilectos, vivid, hoy, este momento de gracia que el Corazón de Jesús ha preparado para vosotros. Es su fiesta. Adoráis hoy el misterio de su venida entre vosotros. El Verbo eterno del Padre asume, en mi seno virginal, su naturaleza humana, que le permite hacerse hombre como vosotros, verdadero hermano vuestro. En este momento se redime la humanidad, se sostiene la debilidad, se ennoblece la pobreza y se le abre a todo hombre la puerta de su verdadera, sobrenatural y divina grandeza. Pero es también mi fiesta. La fiesta del Hijo, concebido en Mí por obra del Espíritu Santo, es también la de la Madre que lo engendra, conservando para siempre el encanto inefable de la perpetua virginidad. Su “sí” de Hijo al Padre; mi “Sí” de Madre al Hijo nos unen mutuamente, ya para siempre, en el perfecto cumplimiento de su divino Querer: “Puesto que no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios, entonces Yo dije: Vengo, oh Dios, para hacer tu Voluntad”. Pero, hoy, es también vuestra fiesta, hijos. En el mismo instante en que el Verbo se encarna en mi seno virginal, se hace real y concreta para cada uno de vosotros la posibilidad de haceros verdaderos hijos de Dios, hermanos de Jesús y de recibir el gran don de su Redención. En el momento mismo de la Encarnación, Yo también me convierto para todos vosotros en verdadera Madre, en el orden sobrenatural de vuestra vida divina. Por esto hoy —siguiendo una inspiración del Espíritu Santo, tenida en un intenso momento de oración— “mi” Papa abre la Puerta Santa y da inicio al Año Jubilar de la Redención. La Redención tiene su comienzo en el momento de la Encarnación de Jesús, prosigue durante toda su existencia y culmina en el sacrificio de su Cuerpo entregado por vosotros, y de su Sangre derramada por vosotros, que se consuma sobre la cima del Calvario y se renueva todavía místicamente sobre el altar. Corresponded todos a este período extraordinario de gracia, que el amor misericordioso de Jesús ha preparado para esta generación tan alejada y pervertida, tan rebelde y amenazada, tan dominada por Satanás y por los espíritus del mal, y por esto, inmensamente necesitada de ser salvada. Este Año Santo se convierte en el último esfuerzo del Corazón divino de Jesús y de mi Corazón Inmaculado para haceros caminar a todos por la senda del retomo a Dios, con un sincero arrepentimiento de vuestros pecados y con un serio propósito de conversión, que os lleve a obrar con justicia y caridad, con bondad y entrega, para el bien de todos. Ahora se hace urgente mi materno reclamo que, a través de vosotros, hijos míos predilectos, quiero dirigir a todos mis hijos. A mis pobres hijos descarriados, que seducidos por el ateísmo, que domina por doquier, viven en un continuo y obstinado rechazo de Dios, les digo con voz suplicante: “¡Volved al Dios de vuestra salvación y de vuestra paz!”. A mis pobres hijos pecadores, seducidos por el mal, por el odio y por la violencia, les repito con dolorido lamento de Madre: “Retomad a Dios, que os espera con el amor de un Padre; dejaos lavar por la preciosa Sangre y purificar por la infinita misericordia de mi Hijo Jesús”. A los hijos de la Iglesia, que hoy vive el momento de su agonía y de su pasión redentora, les repito mi materna invitación a caminar por la senda del amor y la unidad, de la fidelidad y la santidad, de la oración y de la penitencia. A toda la humanidad, con la fuerza de una madre angustiada, que ve el peligro mortal que la amenaza, grito con urgencia: “Abrid las puertas a Cristo que viene. Sólo El es el Dios con vosotros. Sólo Él es vuestro Redentor. Sólo Él es vuestro Salvador”. Si acogéis mi invitación, pronto vendrá a vosotros la nueva era de la justicia y de la paz y mi Corazón Inmaculado habrá logrado su triunfo al veros a todos encaminados por la senda de la glorificación del Padre, de la imitación del Hijo y de la plena comunión con el Espíritu Santo.»