Mensaje del 5 de marzo de 1983
Primer sábado de mes y de cuaresma
El camino de la Penitencia.
«Hijos predilectos, ¡seguidme en el camino de la penitencia! Las armas con las que debéis combatir mi batalla son las de la oración y la penitencia. Hoy os quiero mostrar el camino de la penitencia, que cada uno de vosotros debe recorrer. La primera etapa es la de la renuncia y negación de sí mismo. Es necesario renunciar a sí mismo, a todos los apegos desordenados y a las pasiones, a los deseos desenfrenados, a las ambiciones. Incluso en vuestro trabajo apostólico no busquéis nunca el éxito y la humana aprobación, sino desead pasar desapercibidos y amad el apostolado hecho en el silencio, en la humildad, en el cotidiano y fiel cumplimiento de vuestro deber. De este modo, puede mortificarse el egoísmo, que es vuestro mayor peligro, la asechanza más fácil y habitual con que mi Adversario intenta impedir vuestro camino. Entonces llegaréis a ser interiormente libres, y os será fácil ver en la luz la Voluntad de Dios, y os encontraréis en mejor disposición para cumplirla a la perfección. La segunda etapa es la de llevar bien la propia cruz. Esta cruz está constituida por las dificultades que se encuentran cuando se quiere cumplir la sola Voluntad de Dios, porque esto lleva consigo el empeño de una cotidiana fidelidad a los deberes del propio estado. Es la fidelidad en hacer con perfección aun las cosas más pequeñas; en obrar todo con amor; en vivir cada momento de la jomada en el fiel cumplimiento del divino Querer. ¡Qué preciosa es esta segunda etapa del sufrimiento, sobre todo para vosotros, hijos míos predilectos! En ella os configuráis a Jesús crucificado y esta interior crucifixión se realiza cada día y en cada momento de vuestra jomada sacerdotal: en el momento de la oración, tan necesaria y que debe ser el centro de vuestra vida; en el momento tan precioso de la celebración de la Santa Misa, donde, con Jesús, también vosotros os inmoláis interiormente por la vida del mundo; en la fidelidad a los deberes sacerdotales propios del ministerio de cada uno; en la evangelización, en la catequesis, en la enseñanza, en el apostolado de la caridad, en el encuentro con cada persona, especialmente con el más pobre, con el más marginado, con el que se siente despreciado y rechazado por todos. En vuestro apostolado sacerdotal no busquéis nunca la propia complacencia o el propio interés personal: daos siempre a todos con inagotable fuerza de amor, sin que os detenga la ingratitud, ni os obstaculice la incomprensión, ni os retarde la indiferencia, ni os canse la falta de correspondencia. Es sobre todo con vuestro sufrimiento sacerdotal, como se pueden engendrar las almas a la vida de gracia y a la salvación. La tercera etapa es la de seguir a mi Hijo Jesús camino del Calvario. Durante su vida, cuántas veces le seguía Yo con el deseo y con la mirada, mientras regresaba a Jerusalén, donde habría de subir para ser traicionado, prendido, juzgado por los suyos, condenado, flagelado, coronado de espinas y crucificado. Cuánto deseaba Jesús este momento: caminaba siempre hacia la consumación de su Pascua de amor y de inmolación por vosotros. Ahora también se os llama a vosotros, hijos predilectos, que sois sus sacerdotes, a seguir cada día a Jesús hasta la consumación de vuestra inmolación pascual para la salvación de todos. No perdáis jamás el valor. Hoy los gritos de condena son para vosotros los gritos de quienes os rechazan y los que os contestan. Los pecados que se cometen, se justifican y que ya no se reparan, son para vosotros los dolorosos azotes. El error que amenaza alejar de la fe a muchísimas almas, es para vosotros la corona de espinas que os punza. El permanecer hoy fieles a vuestra vocación es seguir el duro via crucis del Calvario. Los obstáculos que hoy encontráis para permanecer unidos y obedientes en todo al Papa y a la Jerarquía a Él unida; las incomprensiones, incluso por parte de vuestros hermanos, la sensación de marginación de que con frecuencia os sentís rodeados, son para vosotros las dolorosas caídas. Pero el haberos entregado a mi Corazón Inmaculado con vuestra consagración es hoy para vosotros el encuentro con vuestra Madre tan dolorida. Juntos, desde ahora, prosigamos en la perfecta imitación de Jesús, que os invita a seguirle por la vía de la Cruz. Algunos de vosotros deberán derramar también su propia sangre en el momento conclusivo de esta sangrienta purificación. Hijos predilectos, he aquí entonces, indicado el camino que debéis recorrer para llegar a una verdadera experiencia de conversión. Es el camino sencillo y evangélico que os ha trazado mi Hijo Jesús cuando os dijo: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”. Por este camino, evangélico y sacerdotal, os quiere encauzar vuestra Madre Celestial.»