Mensaje del 23 de marzo de 1974
Te doy la alegría de la Cruz.
“Déjate conducir por Mí en todo momento, hijo, y encontrarás la paz. (…) También en el dolor, también en el abandono, también en las contradicciones, también cuando te sientas como impotente para hacer el bien. Quisieras y no puedes, porque no depende de ti; quisieras y no puedes, porque encuentras dificultades que tú solo no puedes superar. Quisieras y no puedes, porque uno a uno se te caen todos esos apoyos humanos con los que tanto contabas. Aun para Mí y para mi Movimiento, cuántas veces quisieras hacer algo y no puedes… ¡Oh, esta impotencia para hacer, la experiencia de tu fragilidad, la paciencia que debes ejercitar, esta espera, cómo te cuesta a veces, cómo te hace sufrir, cómo te purifica! Experimentarás la alegría también en el dolor; más aún, tú ofrecerás para mi alegría cada uno de tus dolores, hasta el más pequeño, y Yo lo aceptaré como un don que el niño hace a la Madre y te lo cambiaré enseguida en alegría. Pero la alegría que Yo te doy es profunda, no superficial; es serena, nunca trae turbación: es para ti, hijo, la alegría de la Cruz. La alegría de estar siempre en mi Corazón Dolorido para experimentar toda la indecible amargura maternal. A esta alegría quiero conducir a todos los Sacerdotes de mi Movimiento. Deben saber cómo Yo cambio totalmente y transformo su existencia, tomando a la letra el don que me han hecho de su consagración. ¡Conduciré a estos mis niños muy adelante en el amor, en el sufrimiento, en la alegría de la Cruz! Se aproximan los momentos en los que Yo podré obrar, para la salvación del mundo, mediante el sufrimiento de mis hijos Sacerdotes (…) De ellos quiero la confianza, la oración, la simplicidad, el silencio…”