NOVENA IV
IV. Días 7 a 9
DÍA SÉPTIMO
El santo templo del Pilar de Zaragoza y el templo vivo de nuestra alma
Comenzar con las oración preparatoria para todos los días.
¡Qué ideas tan sublimes me hacen concebir la grandeza, la hermosura, el primor y ornato de tan santo Templo, magnífico Tabernáculo de la Madre de Dios! ¡La santidad de este sitio y de su peculiar elección; los himnos y cánticos de alabanza que se le tributan; la concurrencia y devoción de los fieles! Aquí se invoca su santo nombre: aquí resuenan sus altos privilegios: aquí se ostenta su bondad y su clemencia. ¿Qué diré del aparato, la magnificencia y solemnidad con que se celebran los augustos misterios de nuestra Religión? ¡Oh templo angélico! Tú arrebatas mi pensamiento, y me representas otro templo más suntuoso, el templo vivo de mi alma, su grandeza, su excelencia, su inmortalidad, y la santidad con que debo conservarla. Sí. Yo soy el templo que Dios eligió para su habitación. Así lo dice el Apóstol. El supremo Artífice levantó ese templo vivo para su morada, y lo consagró para sí Jesucristo por el Bautismo. Pero ¡oh gran Dios! ¡Cuánto más augusto, más noble y perfecto que este material tabernáculo que miramos! Las expensas y precio de su fábrica, fueron los de su propia sangre. El ara es mi corazón en que Vos queréis ser honrado. El fuego que ha de consumir las víctimas de mis afectos desarreglados es la caridad, y la misma la que ha de exhalar hasta el Cíelo el incienso y los perfumes de fervorosos suspiros. La lámpara que ilumina es la fe, que brilla entre una sagrada obscuridad, que le hace más venerable. Las columnas que le sostienen, la esperanza; sus joyas, los dones infusos del divino Espíritu; y todos sus ornamentos y vestiduras, la rica estola de la gracia santificante. El Sacerdote elegido por Dios para los sacrificios, y para alimentar de continuo el fuego sagrado del Altar es cada uno de los fieles. ¡Qué dignidad la nuestra, cristianos! ¡Qué hermosura la de un alma, que es templo animado de Dios, y sobre la cual bajó el Espíritu Santo para hacer en ella perpetua mansión!
Oración final. ¡Oh Madre del supremo Criador! Vuestro Dios e Hijo al contemplar la hermosura de una alma que él posee para la Gracia, se manifiesta enamorado y como asombrado de su belleza. Pero ¡ah! ¿dónde está la primera excelencia y dignidad de un alma? ¿Dónde el primor de este Templo vivo consagrado a Dios en el Bautismo? ¿Qué se ha hecho del brillo del oro de las virtudes? ¡Ay de mí! El ha quedado profanado por la culpa, el humo del pecado le dejó enteramente obscurecido. Ya no se ve allí señal alguna de la bella imagen de Dios y esta hija de Sión, de cuya hermosura el Señor se complacía tanto, es ya fea y abominable a sus divinos ojos. ¡Oh cuán digna es de lástima mi pobrecita alma! Haced, Señora, que vuelva a su Dios, y recobre su dignidad y hermosura con el llanto y la penitencia. Ayudadme y socorredme, Madre amorosa, en tanta necesidad; y haced que cuantas veces o visite en este Templo material, pida cuenta a mi alma del adelantamiento espiritual que debo hacer en el camino de la virtud y perfección cristiana. Renovad mi espíritu, purificad mis afectos, santificad el templo interior de mi alma, y así mereceré cantar vuestras alabanzas en el templo de la Gloria. Concededme la gracia que os pido en esta Novena, si conviene al bien de mi alma. Los ángeles os alaben. Amén.
Terminar con los oraciones finales para todos los días.
DÍA OCTAVO
Devoción, celo y cultos fervorosos de nuestros mayores a la Madre de Dios del Pilar, en su santo templo
Comenzar con las oración preparatoria para todos los días.
¡Oh Reina de los Cielos! Apenas brillasteis como estrella mística sobre Zaragoza, esparcisteis vuestros resplandores sobre toda la nación española; y cuando Vos, aurora divina, iluminasteis este mismo sitio, se anunció el Evangelio, se levantó el estandarte de la Cruz, y el culto supersticioso fe despreciado: así se transformó en un lugar de Religión y de piedad el que antes lo había sido de abominación. Nuestros mayores, sumamente agradecidos, excitaron su celo ardiente, su piedad extremada, y los cultos más fervorosos hacia Vos, como a su celestial Protectora. Su ardiente celo no se limitó a frecuentar a todas horas el templo Angélico, sino que extendieron sus solícitos esmeros en contribuir a la magnificencia, primor y ornato de esta casa de ángeles, hasta hacerla una de las maravillas del mundo, y digna habitación de la Madre de Dios, que la había honrado con su presencia. Y no sólo en los felices días de la tranquilidad y de la paz, sino también en las más sangrientas persecuciones y en las más urgentes angustias, conservaron siempre puro y jamás profanado, este sagrado asilo de su refugio, no dudando sacrificar lo más precioso en su conservación y su defensa. ¡Oh devoción, celo y cultos fervorosos de nuestros mayores! Otras naciones han estado, si no enemigas, al menos entibiadas en la veneración y obsequio de la Santísima Virgen, pero la católica España se ha visto cada vez más solícita y Zaragoza más fina en el honor de Su amada Protectora. Nunca, jamás, se ha podido entibiar en los zaragozanos este celo por el objeto de su devoción, cada vez más constantes han dado bien claros testimonios de que nadie podía separarlos de la Columna Angélica en que fueron exaltados.
Oración final. ¡Oh Madre poderosa! ¡Cómo os habéis manifestado defensora del honor de este delicioso tálamo que os preparó el Salomón divino! Vos hicisteis, que a toda costa se conservase respetada esta Arca del testamento entre tantos Filisteos enemigos. Haced que agradezcamos este celo, esta bondad, estos triunfos del poder ejercido desde ese Pilar santo, y repitamos a Vos, nuestra amada Protectora, aquellas consoladoras palabras: Tú eres la gloria de esta Jerusalén, la alegría de este Israel, la honra inestimable de este pueblo tuyo, y así os empeñaremos a que Vos pronunciéis a nuestro favor aquellos dulces acentos; vosotros sois mis amados, mi gozo y corona. Esta será nuestra completa felicidad en esta tierra de miserias, y nos inspirará la segura confianza de entonar eternamente vuestros cánticos en el reino de la Gloria. Sea así, Madre piadosa, y concededme la gracia que os pido, si me
conviene. Coros celestiales, ensalzad a María como Reina suprema de los Cielos. Amén.
Terminar con los oraciones finales para todos los días.
DÍA NOVENO
Gratitud de los españoles a su excelsa protectora por los infinitos beneficios que desde su venida ha dispensado a nuestra España
Comenzar con las oración preparatoria para todos los días.
¡Soberana Reina de los ángeles! no ceso de admirar los singulares beneficios que en todo tiempo habéis dispensado a esta gloriosa Jerusalén, y mi alma se enajena de gozo al considerar que Vos habéis sido siempre el objeto más tierno de la gratitud española. ¡Oh gran Señora! Los españoles han estado siempre reconocidos a vuestros beneficios, y ha multiplicado obsequios los más fervorosos, en que os habéis complacido. La venerable antigüedad nos asegura, que en Zaragoza jamás han faltado verdaderos adoradores que, postrados ante la celestial Columna, os han ofrecido sus homenajes. La concurrencia al templo Angélico, las continuas adoraciones, las cesiones magnificas, las ricas joyas, los votos y ofrendas, todo confirma la gratitud más fina. ¡Qué solemnes festividades! ¡Cuántas oraciones en vuestro obsequio! ¡Con qué júbilo entonaban nuestros mayores vuestras alabanzas! ¡Con qué devoción oraban privadamente por todos los ángulos de vuestro magnífico Propiciatorio! ¡Cómo derramaban lágrimas de ternura en el afecto de su devoción! ¿Qué no hicieron en vuestro obsequio aquellos buenos hijos, los Fernandos, los Felipes, los Alfonsos, los Carlos, y cuánto se han empeñado todos los españoles en alabaros y ensalzaros como excelsa Protectora de nuestra España? ¡Pero ah!, ¿cómo se ha apagado entre nosotros aquel fuego que se comunicó a nuestros Monarcas y a tantos que veneraron agradecidos a la Reina del Cielo, en la cámara angelical de Zaragoza? ¡Prelados santos, héroes justos de la antigüedad, que llorabais en este sitio en el exceso de vuestra ternura! ¿Por qué no dejasteis a vuestros hijos, como otro Elías a su discípulo, el espíritu de vuestra devoción?
Oración final. ¡Oh excelsa Protectora! ¿Es esta la ciudad que produjo una serie innumerable de mártires? ¿Es esta la patria de los Valeros, de los Vicentes, de los Braulios? Dónde está el esplendor que le adquirieron los Torcuatos, Segundos, Indalecios y de más discípulos de nuestro Apóstol Santiago? Vos les comunicasteis el espíritu de su fervor, Vos les dispensasteis dones y gracias celestiales, Vos les colmasteis de prosperidades y bendiciones. ¡Oh Madre compasiva! ¿No habréis reservado siquiera una sola bendición para nosotros? ¿Acaso nos habréis olvidado? ¿Pero cómo puede una madre olvidar a sus hijos? Ya sé que Vos os desdeñaréis de recibir unos corazones esclavos de la vanidad, tributarios del vicio, y las alabanzas proferidas por unas lenguas que a cada paso blasfeman vuestro santo nombre. Pera volved los ojos sobre vuestro reino, mirad a vuestra amada ciudad. Mostrad que sois nuestra Madre. Aquí tenéis vuestros hijos postrados ante Vos, derramando lágrimas de contrición, y asidos con lazo el más fuerte de amor a vuestra sagrada Columna; no os dejaremos, ni nos separaremos de vuestra presencia, hasta que nos deis vuestra bendición. ¡Oh Madre de Dios del Pilar! Esta esperanza nos anima, esta protección nos alienta. Yo, Señora, el más indigno siervo, me consagro todo a Vos desde esta hora, para que dispongáis de mí a vuestro arbitrio. Admitid este cordial obsequio, y contadme en el dichoso número de vuestros esclavos, sellando mi frente con la preciosa marca de vuestro dulcísimo nombre, para que el cielo y la tierra vean que lo soy. Confieso, mi adorada Reina, que me hace indigna de esta gracia, el notable descuido que he tenido en obsequiaros, y en imitar vuestras virtudes. Pero sois Madre tierna y compasiva, y sabéis perdonar semejantes agravios. ¡Oh Reina celestial!
He concluido la súplica que os he hecho en este devoto Novenario. Espero con confianza, que me habréis concedido cuanto he pedido, siendo todo a mayor honra y gloria de Dios, obsequio vuestro, y bien de mi alma. Conformo mi voluntad con la vuestra, y no quiero, sino lo que Vos queráis. ¡ Oh Madre amada! Me despido de Vos con lágrimas de ternura, alcanzadme el perdón de mis culpas, dadme vuestra bendición, cubridme con vuestro manto. No despreciéis mis súplicas, pues ya os entono himnos de gloria en testimonio de mi gratitud. Acordaos del Jefe supremo y pastor universal de la Iglesia, y de nuestro Prelado diocesano. Bendecid a los reyes católicos y príncipes de nuestro reino. Derramad vuestros dones sobre nuestra España eminentemente católica. Mirad desde el Cielo, visitad y haced florecer esta viña, que plantó vuestra diestra sagrada. Mostraos Madre de los españoles, guardad vuestros hijos en este valle de lágrimas, y conducidlos al reino eterno de la Gloria. Criaturas todas de la tierra, saludad a María, como gran Señora del Universo. Amén.
Terminar con los oraciones finales para todos los días.